Image: Microcatástrofes

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Opinión

Microcatástrofes

17 abril, 2015 02:00

Baudrillard, con su habitual tono de inminente accidente, decía en La ilusión y la desilusión estéticas: "El arte se ha vuelto iconoclasta, pero esta postura iconoclasta moderna ya no consiste en destruir las imágenes, como la de la historia; más bien consiste en fabricar imágenes, incluso en fabricar una profusión de imágenes en las que no hay nada que ver". No es de extrañar que el sociólogo francés, tan lúcido como disparatado, haya quedado como uno de los máximos mentores de lo catastrófico. Pero el síntoma es general: el temor a la catástrofe -por definición refractaria a la estadística- parece haberse instalado en la propia cotidianidad como pulsión negativa, miedo y motor de todo intercambio personal o social. En todas partes aparecen relojes que por nosotros cuentan hacia atrás -en el fútbol, en los juegos de azar, en las reuniones geopolíticas, en los conflictos de pareja- y nos dicen que más allá de una determinada hora todo será diferente, todo lo conocido se habrá terminado. Y lo cierto es que nunca nada se termina.

La cara B de esa retórica aparece en textos que trabajan la catástrofe que de verdad nos afecta: la microcatástrofe. El Gaviero acaba de editar Meseta, de José Vidal Valicourt, donde el poeta, a través de un viaje mesetario muestra las anomalías, las grietas, las pequeñas luces y sombras que acontecen en la zona aparentemente más humilde de todo aquello que nos pasa desapercibido, una observación de lo cercano tan atenta como eléctrica, hallazgos que nos causan estupor y nos afectan. Un poemario que con pasmosa facilidad va de lo místico a lo coloquial, de lo mineral a lo orgánico, del humor a la gravedad, de la piel al intestino. Un viaje por las microcatástrofes que bajo las cosas nos esperan. Sólo hay que detenerse, apagar los relojes, y levantar pequeñas piedras. En Meseta hay muchas imágenes, sí, y mucho aún por ver.