Image: Cabañas para pensar

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Opinión

Cabañas para pensar

8 mayo, 2015 02:00

Eloy Tizón

Bajo este título, el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha organizado una exposición con fotos, textos y maquetas de los refugios aislados que algunos artistas se construyeron para dar la espalda (al menos temporalmente) al ruido y la furia de sus sociedades: Virginia Woolf, Dylan Thomas, Martin Heidegger, Gustav Mahler, August Strindberg, Knut Hamsun, George Bernard Shaw, Derek Jarman, Lawrence de Arabia...

La cabaña noruega de Wittgenstein se inclinaba sobre un precipicio; el ojo pierde pie y la mirada resbala por ese tobogán vertiginoso digno del Tractatus hasta despedazarse contra las rocas del lago de Skjolden. Algo coherente con un filósofo radical que renunció a su herencia millonaria, aduciendo que la riqueza y el pensamiento son incompatibles. Sorprende, en todas ellas, su misticismo y pureza. Algunas son, casi literalmente, un cubo sin comodidades: ni aseos, ni calefacción, ni electricidad ni agua corriente. El teléfono de Bernard Shaw es casi el único signo de lujo. Llama la atención la criada de Mahler, encargada de subirle el desayuno todos los días a las seis y media de la mañana. La sufrida mujer se veía obligada a ascender penosamente por una pendiente resbaladiza cargada con la bandeja en la que bailoteaban el café con leche, las tostadas, la mantequilla y la mermelada. Tenía prohibido el acceso principal, más cómodo, dado que el compositor se desconcentraba si veía una sola mancha humana.

Estas cabañas enanas, profundas, en mitad del vendaval o la nada, enfrentadas al rechinar de dientes del bosque, al sofreír eterno del océano, eran el sacapuntas en que unos pocos espíritus libres afilaron sus mentes y sus nervios heridos, lejos de todo. ¿Cabañas para pensar o cabañas para curarse? La mayoría reconocieron haber sido felices. Con su ascesis sin concesiones, consiguieron asomarse a la belleza cruda de la intemperie.