Image: Un público de amigos

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Opinión

Un público de amigos

15 mayo, 2015 02:00

Gonzalo Torné

Existe una clase de gurú en Internet que se presenta como si tuviese la clave para desvelar paulatinamente cómo es la realidad virtual, de manera parecida al espiritista del XIX que se presentaba como guía privilegiado del mundo de los difuntos. Una figura que ha ido retrocediendo (y no me refiero ahora al espiritista) a medida que descubríamos cómo la orografía de la Red se va alterando según las propuestas empresariales y los antojos del usuario. Vamos, que de realidad estable nada.

Uno de estos cambios afectan a la siempre controvertida "amistad" virtual. Un campo donde, nos dicen, se ha producido un notorio desplazamiento desde los chats y los foros hacia las famosísimas redes sociales como Facebook y Twitter que ahora dominan el campo virtual.

¿Afecta este trasvase a la clase de "relaciones" que establecemos en la Red? Es muy posible que sí. Fijémonos en Facebook: la red social no está pensada para estimular las relaciones de tú a tú (como los chats o la mensajería instantánea); se alimenta de los "estados" (fotos, ideas, chistes, reproches, deseos) que generosamente decide publicar cada usuario. El contenido no se lanza al vacío, ni mucho menos, se emite para los amigos que se han cosechado previamente (aunque el motor de búsqueda está configurado para proponerte "amistad" con usuarios que no conocías, e incrementar así el alcance de tus emisiones sociales), pero hay algo en la expresión "publicar un estado" que vuelve más urgente la conveniencia de un público que de amigos.

Si el receptor de los estados de Facebook está suspendido en un punto intermedio de la distancia que va del amigo al público; el emisor, el titular de una identidad (aunque la cuenta lleve nuestro verdadero nombre), a poco que se descuide se estará representando a sí mismo, estará actuando en su nombre, que es a lo que parece invitar el estrado desde el que se nos ofrece publicar, y el público que se ha convocado.

Esta clase de interpretación también se da en las relaciones "presenciales", pero nos contenemos mucho más ante un interlocutor atento (que puede cortarte y matizarte en cualquier momento) que cuando arrojamos el "contenido" hacia un auditorio múltiple y de cuya atención no podemos estar seguros (¿cuál de nuestros amigos nos estará leyendo ahora mismo?).

El famoso botón "me gusta" de Facebook vendría a reforzar la impresión de que esta red propicia la "proyección de la personalidad" mucho antes que el cultivo de la amistad, al proporcionarle al oyente un modo fácil de asentir, una suerte de "oído, cocina" social, que por su carácter impreciso evita que entremos a fondo, que maticemos. Recuerda mucho a un concepto que manejaban los teóricos de la comunicación: la respuesta enfática. Por ejemplo: aquel bajo continuo de "síes" que uno iba emitiendo al teléfono como una suerte de curva melódica sin significado para animar al interlocutor a que continuase, como diciendo: "no me ves, pero estoy aquí", y que no pocas veces servía para seguir a nuestras cosas sin prestarle excesiva atención ni interrumpir al entusiasmado hablante.

Trinos



Aunque acostumbramos a asociar la Red con una gran masa de información desordenada (y puede que así fuese si pudiéramos observarla desde una perspectiva cenital) lo cierto es que en muchas páginas impera el viejo espíritu ilustrado de acopiar y ordenar desde una perspectiva humana la variedad y la proliferación casi maniática de la naturaleza. Xeno-canto (www.xeno-canto.org) es una de estas extraordinarias páginas-catálogo que se propone registrar el canto de aves de todo el mundo. Aunque se trata de una obra en marcha (y supongo que más o menos interminable) podemos ya escuchar miles de aves clasificadas según su taxonomía o la zona del planeta donde viven. Además de saciar nuestra curiosidad y aumentar nuestro conocimiento la página tiene una utilidad valiosísima para el letraherido, si la consultamos durante la lectura de una vez por todas sabremos al momento cómo cantan esas oropéndolas, grajos y ruiseñores sobre cuyos gorgoritos estamos cansados de leer sin tener ni idea, al menos en mi caso, de cómo suenan.