Agustín Fernández Mallo
Hablemos de ese extraño e irrepetible constructor de ficciones que fue Cristóbal Serra (Palma de Mallorca 1922-2012), quien levantó cartografías que dejarían pasmado al mismísimo Borges, redactó cuentos que merecerían el elogio de Octavio Paz, "habita el secreto con la misma naturalidad que otros nadan en el ruido", y fue seguido por autores tan variados y de tan diferentes generaciones como Juan Larrea, Carlos Edmundo de Ory, Pere Gimferrer o José Carlos Llop.Autor casi secreto, apenas mantuvo presencia pública en el mainstream literario de su época. Sin embargo, su obra, abundante en títulos pero de tamaño más bien minúsculo, se ha ido agrandando como colateral a la de Swift, Lao-Tsé o Tolkien; tal es la versatilidad del imaginario que supo levantar. Supe de él por primera vez en 1996, gracias a La linterna del ojo, reunión de su obra que, de la mano de Basilio Baltasar, hiciera la revista Bitzoc.
Uno de sus libros más singulares, Viaje a Cotiledonia (Tusquets), narra la experiencia de un individuo que desembarca en una isla remota y allí, cual etnólogo de El Informe de Brodie (pero años antes del cuento borgiano) da cuenta de las costumbres, la política y las relaciones entre sus habitantes, todas ellas sensatamente descabelladas e incluso hoy antropológicamente iluminadoras.
Viaje a Cotiledonia acaba de ser llevado, con el mismo título, a la novela gráfica (Edicions del Ponent) por otro isleño inclasificable, Pere Joan, uno de nuestros dibujantes más prestigiosos, quien desde los años 80 no ha dejado de introducir en el heterogéneo y a veces tosco mundo de la historieta gráfica su afinadísimo punto de vista, siempre moderno, oblicuo y único para la metáfora visual y la espacialidad. No imagino a nadie mejor haciendo esa tarea, que además cuenta con un ajustado epilogo de otro buen conocedor de Cristóbal Serra, Josep María Nadal Suau.