Image: Panorámica y profundidad

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Opinión

Panorámica y profundidad

12 junio, 2015 02:00

Gonzalo Torné

Todavía nos quedan ejemplares en circulación (y que duren mucho) de aquella clase de ciudadanos que presumían y trataban de distinguirse socialmente por el hecho de leer varios periódicos al día. Si hoy día es ya una misión imposible no es porque nos hayamos vuelto más perezosos, sino porque desde que arraigaron los hábitos de lectura digitales, es imposible sobresalir con una actividad que quien más quien menos hace a diario: hojear un porrón de cabeceras.

Se ha repetido hasta la saciedad, ¡pero es que es cierto!: la digitalización de la prensa nos ha facilitado, al menos potencialmente, acceder a una cantidad enorme de información y de opinión sobre los asuntos que más nos interesan (nuestros temas y personajes favoritos). Y de manera mucho más barata (siempre que hagamos la trampita de no contar el precio de la conexión) que volver del quiosco con tres o cuatro periódicos.

Me detengo en "nuestros asuntos favoritos", porque siempre me había parecido una enorme ventaja del digital (sobre todo desde que el diseño se alejó del periódico en papel y se fue acercando a una clase de plantilla donde priman media docena de destacados) la posibilidad de que cada uno se marque su ruta de lectura, que recupere las noticias favoritas de otros días o semanas, por no hablar del placer de saltarse, de ni ver el titular, de las secciones que menos nos interesan, del estragado columnista que trata de emocionarnos a toda costa o las entrevistas de aquel pelma tan meloso.

Sin embargo, a esta modesta felicidad le está saliendo una sombra, y como en los hábitos digitales casi nunca estamos solos, la pongo a consideración del lector: me he dado cuenta de que últimamente no sé prácticamente nada de asuntos que sin haberme interesado nunca especialmente, durante los años de lectura en papel estaba más o menos al día.

Entre las diversas explicaciones posibles se me ocurre una relacionada con el hecho de que la lectura de prensa en papel y en pantalla, se diga lo que se diga, no es del todo equiparable. El papel sugiere una lectura horizontal que propicia pasar la vista, aunque sea superficialmente, por todos los contenidos, incluso para quienes tienen el hábito (en su momento sofisticadísimo) de empezar por el final. El ojo termina recorriendo con mayor o menor atención todas las secciones, informándose indeliberadamente, formando algo así como un involuntario poso de "información no solicitada". Solo así me explico que en el pasado haya podido participar sin quedarme en blanco en una charla sobre tauromaquia, motociclismo o astronomía.

En el digital disponemos de una extensión de terreno muchísimo más amplia, pero en lugar de recorrerla a diario creo que preferimos escarbar en las zonas de terreno donde nos sentimos más cómodos. Esta lectura, guiada por la codicia del propio gusto, es más vertical que horizontal: como si caváramos a diario en el hoyo de nuestras preferencias. Desde luego así se nos facilita "profundizar", un verbo de lo más prestigioso, pero habría que calcular cuanta perspectiva general estamos sacrificando.

@IAjena

Hablando de lo peor

"Empecé a leer Finnegans Wake en 1993 y todavía no he terminado". "El argumento de esta novela de Somerset Maugham es tan lento como la vida real". "Si tuviese que describir qué es un Emo a una persona del siglo XVIII les diría que se parece muchísimo a Rimbaud". "Si Jack London escribiese sobre las mujeres como lo hace sobre los perros sus libros estarían en la sección de pornografía". "Sólo necesito que me describan algo con mucho detalle cuando tratan de explicarme como es una raza alienígena o si la acción transcurre en la Edad Media, no en Kansas". La última frase está dedicada a Truman Capote y como el resto están escritas por usuarios de Goodreads que valoraron al libro con una estrella, la peor puntuación posible. El tumblr One-Star Book Reviews (http://onestarbookreview.tumblr.com/page/2) recoge una selección (que va en aumento) donde se refleja que la decepción que sentimos cuando un libro nos hace perder el tiempo, aunque sea un clásico, es un estupendo abono para el ajuste de cuentas.