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Opinión

Perdidos

17 julio, 2015 02:00

Gonzalo Torné

La noticia saltaba hace unos días y podía titularse así: "Amazon pagará a los autores independientes por página leída". Y lo cierto es que la "noticia" no tenía la menor importancia fuera de los juegos de márgenes de beneficio que se disputan la empresa y los millares de autores que autoeditan (es casi inimaginable que un novelista con editorial se someta a este trato a cambio de los exiguos beneficios que todavía da el digital) sus obras en el Kindle Direct Publishing.

Pero el titular ha tenido coletazos gracias al concurso de palmeros y especialistas que se han esmerado en transformar un movimiento de contabilidad empresarial en "una transformación de la literatura" o en una "reinvención de la literatura", todo expresado en el tono solemne y cursilongui que les caracteriza. Aquí algunos de los argumentos entresacados de varios de ellos: "Por fin se premiará a los escritores que estimulen el verdadero consumo", "Se escribirá la literatura que demande el cambio de página para continuar leyendo", "La literatura se volcará en el consumo del contenido". Razones que en este caso parecían reforzadas tanto por esa idea sembrada en los peores talleres de escritura creativa según la cuál la "primera línea debe atrapar al lector", como por los socorridos lemas del marketing automático: "un libro que no te soltará de la primera hasta la última página", como si la relación que el lector establece con un texto perteneciese a la adherente familia de los chicles, las ventosas y las lapas.

Vicente Luis Mora daba respuesta puntual (http://www.elboomeran.com/blog-post/1506/16229/vicente-luis-mora/21-la-literatura-del-llegar-hasta-el-fin/) señalando, entre otros aspectos, la chapucera asimilación, sin matices, entre literatura y negocio editorial, que a veces viajan en la misma autopista, pero que no son para nada lo mismo. En esta línea se podría insistir que la literatura es una tradición que viene de muy lejos, cuyas transformaciones obedecen a sutiles e impredecibles movimientos internos y que disfruta de sus propias (y disputadas) normas de validación. Por no recordar que los "lectores literarios" valoran por encima de todo las obras que les intrigan, que les alteran la manera de pensar y ver el mundo, y que precisamente por ser originales (por no ser productos) nadie puede anticipar cómo serán.

Pero la mayor cortesía del artículo de Mora consiste en tomarse la molestia de responder en serio a la imponente idea de que la literatura va a reinventarse por un movimiento empresarial. Y no solo porque el asunto sea de risa, sino porque a la vista del cúmulo de predicciones de especialistas que han quedado desbaratadas y arrinconadas (la escritura anónima, la co-autoría, el blog como género dominante, la idea de que las ficciones iban a ser inevitablemente brevísimas para adaptarse a nuestra creciente incapacidad de concentrarnos, o la casi entrañable ocurrencia de la lectura en streaming) igual va siendo hora que nos preguntemos (y en el plural incluyo a las empresas editoriales) cuántos especialistas digitales a fuerza de confundir el "medio" con el "contenido" (por decirlo en términos complacientes y sobados) han terminado por desorientarse, incluso, "en lo suyo".

@IAjena

Pasarelas

Todavía no se imparte en ninguna universidad (al menos mientras escribo) pero existe en el ambiente toda una crítica comparada entre las dos grandes redes sociales: Twitter y Facebook. Que si una sirve para compartir y otra para ostentar. Que si una es para los amigos y la otra para disfrutar de un público. Que si una invita a la discusión (aquí se "responde") y la otra a la valoración (aquí se "comenta")… Bueno, lo que se quiera. En cualquier caso la diferencia más notable viene marcada por el límite (jíbaro) de caracteres que impone de Twitter: lo que se gana en condensación se pierde en extensión. Algunos usuarios están tratando de combinar lo mejor de los dos espacios: un breve reclamo en Twitter nos transporta, gracias a un enlace, a Facebook, donde se desarrolla el tema por extenso. He visto que manejan bien estas pasarelas (también para esto se necesita arte) el gran escritor e inconformista estético Ramón Buenaventura (@nemoutis_RB) y Juan Soto Ivars (@juansotoivars), este último con mucha gracia y gran dominio del suspense.