Marta Sanz

El seis de julio asistí en la Academia de cine a un pase para celebrar los 50 años de El mundo sigue, película de Fernán-Gómez, basada en una novela de J.A. Zunzunegui, y producida por Estelrich. La rescata la distribuidora A contracorriente después del ostracismo al que la sometió la censura franquista: no les gustaba el retrato de una España donde la pompa de jabón de una clase media feliz y bien alimentada se quiebra con la historia de una familia que da de comer a sus niños un mendruguito de pan con chocolate. Tampoco les agradaría la carga sexual de las hermanas interpretadas por Gemma Cuervo y Lina Canalejas, ni la inmoralidad de un modelo familiar, cristiano y de orden, que no le hace ascos a que una de sus hijas se prostituya. "Luisita es muy lista", dice Milagros Leal que hace de madre.



Gemma Cuervo, casi como única superviviente del rodaje, analizó el proyecto: más allá de los temas universales -aborto, maltrato, prostitución, ludopatía, envidia, cainismo, miseria, doble moral, vanidad-, El mundo sigue parece un documental que retrata un muy reconocible Madrid de los 60. La película tiene algo intraducible -geográfico, histórico- que la convierte en única. Pese a cierta mirada moralista y una gestualidad histérica, el filme es cinematográficamente excelente: la fotografía en blanco y negro; la compaginación sapientísima de interiores y exteriores; el flash back y la voz interior en off de los personajes; los planos de subida y bajada de las escaleras que sirven para construir las biografías; el tempo lento; el sentido del humor; los diálogos; la morosidad agobiante del robo que perpetra Fernán-Gómez; las hermanas, Eloísa y Lusita, condenadas a ser carne de cañón y carne de lujo; el rijoso movimiento de la cámara que sigue los andares de Lina Canalejas; el final de tragedia griega… No se pierdan esta joya maldita de nuestro vapuleado cine español.