Os emocionaré
Gonzalo Torné
Aunque la primavera ostenta una merecida fama de ser la estación más inquieta, encargada como está de desperezar al mundo tras el letargo invernal, en las redes sociales la estación más dinamizadora es sin duda el otoño: los usuarios regresan a sus puestos y avatares de mando y se ensancha así de nuevo el caudal de comunicaciones, estados y mensajes.Uno de los rituales de este"despertar otoñal" pasa por la llegada de los avances de programación: museos, salas de conciertos, editoriales… Promesas que empiezan a circular en la Red avivando nuestro apetito: el curso tiene ganas de empezar.
Entre los avisos sobre las novedades editoriales me ha llamado la atención la preeminencia de un argumento de venta: la emoción. "Emocionante", "Un libro que te emocionará", "La novela que ya ha emocionado a un montón de franceses o italianos o lapones". Ya el curso pasado me parecía excesivo el uso de este reclamo e incluso sorprendí a varios editores en las redes preguntándoles a sus lectores directamente si el libro les había "emocionado" (cualquiera respondía que no).
Vaya por delante que no tengo nada contra la emoción, sería como ponerle reparos a respirar o a la circulación de la sangre. Lo que resulta un poco empobrecedor es qué lo que tiene que emocionarnos en estos libros (con frecuencia novelas, o relatos basados en hechos reales pero escritos con las herramientas de la ficción) pertenece siempre al mismo género: la pérdida de un ser querido, la superación de una infancia muy desdichada, las complicaciones de un embarazo o la convivencia con un anciano aquejado de alguna clase de senilidad (el asunto pide a gritos un par de cursos en barbecho)… Circunstancias vitales que bien podrían ser el sustentáculo de elaboraciones más complejas pero que se nos exhiben como el corazón o la sustancia del libro, el motivo para leerlo; identificando así la emoción prometida con la sentimentalidad cotidiana.
Uno entiende que la emoción-sentimental sea el principal reclamo que puede esgrimir un programa televisivo de los de hablar (esos que siguiendo un absurdo muy lógico se denominan "del corazón") para captar consumidores o que esta emoción ligada a la experiencia inmediata sea la recompensa central que prometen destrezas con escaso contenido intelectual como la cocina. Pero tratándose de literatura parece un abaratamiento excesivo. Conviene recordar que la emoción de la lectura no emana exclusivamente de la sentimentalidad vital (un campo en el que una novela difícilmente puede competir con el propio desfile familiar de bodas, funerales y bautizos) sino que puede desprenderse de una idea, del estilo del autor, de la estructura del libro, de sus elipsis y misterios, de los diálogos, del corte de los personajes, de sus indagaciones, de un inesperado rasgo original...
Hasta cierto punto es comprensible que las editoriales traten de vender sus "productos" apelando a un lenguaje comprensible para la mayoría de los ciudadanos. Pero se agradecería que dada la complejidad y sutileza de muchos de los libros que pasan por sus manos los editores hagan un esfuerzo, al menos en redes, por no estrechar tanto el rango de la emoción.
@IAjena