Marta Sanz

Las distopías encierran utopías. El corazón esmeralda. Un impulso de acción optimista que no se reconoce en la desolación del relato terrorífico ni en sus deconstrucciones paródicas. Desde siempre en tiempos aciagos, la ciencia-ficción, el género en que las cosas extrañas -impracticables o mágicas, injustas o contra natura- se vuelven familiares ha sido una opción del escritor comprometido. Político. Pero Los ángeles feroces de José Ovejero, siendo una distopía, es sobre todo una novela social. Una condensación en espacio y tiempo de la pesadilla planetaria.



Ovejero escribe páginas realistas en su retrato de una sordidez ni futura ni exótica. "El que no te miente, te desprecia": este axioma legitima el reverso retórico, imaginativo -no la fantasía- de la novela y la literatura toda.



Alegría es una mujer perseguida por el valor de su sangre. La metáfora habla de esa obsesión por la salud, que contiene un pernicioso deseo de inmortalidad, y de la intolerancia hacia el envejecimiento.



La metáfora invita también a una reflexión sobre la frontera entre individuo y comunidad; la soledad y el impulso gregario unido al miedo y la necesidad de protección; la comercialización del altruismo; la labilidad del concepto de terrorismo y la manipulación informativa; el fin de la historia como procedimiento de tergiversación: Alegría y A.M leen periódicos viejos con noticias de los Estados Unidos.



Las noticias universales. La escritura y las imágenes son poderosas -la niña mellada mata sin que lo notes- y las decisiones narrativas nos interpelan: ¿quién mira y quién narra?, ¿de dónde nace el panóptico?



Con el impulso gregario y la búsqueda de comunidad inmanentes a la literatura, el narrador se dirige a un lector que somos todos, que nos abriga, al mismo tiempo que genera la conciencia de nuestra intemperie.