Gonzalo Torné
Pensaba que se escuchaba menos pero desde que empezó el curso he encontrado ya tres disquisiciones sobre el novelista en la "era de Google".Ya sabemos que lo de las "eras" va bastante de cada caída: por motivos parecidos por los que se vuelve "mítico" el bar de la esquina que tuvo que echar el cierre porque ya no iban ni tres parroquianos, las eras se aplican a fenómenos de duración cada vez más corta. No es este el caso de Google cuya implantación es casi mundial. Claro que también tuvieron una gran implantación el teléfono, el raíl y el motor de combustión y a nadie se le ocurre hablar de la "era del tren" aplicada a la novela (una etiqueta a la quizás sí se le podría sacar jugo).
Quienes defienden la importancia de Google en la novela hacen hincapié en la facilidad con la que permite acceder a la "información". De manera más o menos explícita celebran la Wikipedia, la posibilidad de leer diarios de diversos países o de consultar los mapas más variados. Están celebrando la facilidad de "documentarse" que es un aspecto (por no hacer sangre) irrelevante en la novela con ambición creativa. Una ambición que descansa sobre la capacidad de absorber las propias experiencias y transformarlas mediante un sofisticado ejercicio imaginativo en un punto de vista original sobre la vida que nos concierne a todos. La novela suele ser una condensación subjetiva del inmenso mundo, y no una exposición de datos objetivos. Incluso En busca del tiempo perdido o El hombre sin atributos son libros condensados.
Estas novelas-google o novelas-wikipedia han creado en pocos años su propio manierismo, cuyo rasgo distintivo son esos párrafos-pegote (muy capaces de prolongarse durante páginas) donde el escribidor vuelca sobre la página información en crudo, sin digerir. Un poco como si exhibiera músculos de culturista antes de una carrera de fondo.
Dada la necesidad ambiental de vincular la novela con la Red (para justificar el propio trabajo, colar una conferencia, dar un curso…) me inclinaría por darle más relevancia a las redes sociales. Y no para ejercitar el epigrama, simular que la novela es un muro de Facebook o disponer las conversaciones como si fuesen intercambios de WhatsApp. Nada de trucos de feria.
Mi propuesta pasaría por aprovechar las Redes como los escritores del siglo XIX aprovecharon el tren y los cafés (o los barcos si eras Conrad): para ver y charlar. Un papel más activo que el del documentalista. Se trataría de llevar al mundo digital una clase de tentación que incluso el novelista menos autobiográfico reconocerá al momento: la de forzar algo a la experiencia. Pongamos un ejemplo: si yo quisiera escribir una novela sobre los nacionalismos (y prometo no escribir una sola) dedicaría parte de mi tiempo a provocar en redes sociales discusiones (más o menos amistosas) con personas que piensan distinto que yo, para tratar de comprender mejor su manera de pensar, sus motivaciones, el punto dónde vacilan. En esta capacidad de ir a buscar cierta "experiencia" sí aprecio una influencia novedosa (aunque no decisiva) de la Red sobre la novela. ¿Se hubiese resistido Virginia Woolf?
@IAjena