Image: Música para malogrados

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Opinión

Música para malogrados

9 octubre, 2015 02:00

En vísperas de recibir el premio de la Feria del Libro de Guadalajara, Enrique Vila-Matas ha aparcado su próximo libro del que lleva escritas apenas cien páginas y del que se sabe ya el título, Música para malogrados, y algo más. El propio Vila-Matas ha explicado que "era una semi-ficción hasta que me di cuenta de que todo estaba inventado y por tanto es más bien una ficción". Eso sí, sabe el escritor mejor que nadie que lo urgente es reconquistar y asentarse otra vez en su rutina para no caer en aquello de lo que hablaba Jules Renard: "Ya se ha forjado una reputación: así que ya no hace nada".

La música cala en la memoria con mayor profundidad que otros recuerdos. Un enfermo de Alzheimer puede olvidar su nombre pero ser capaz de tararear la Patética de Schubert. Curiosa paradoja que los científicos del Instituto Max Planck han empezado a explicar. Las melodías quedan alojadas en regiones cerebrales más inmunes a la enfermedad. Sobreviven a la destrucción de las palabras. ¿Podremos deducir que somos, antes que nada, animales musicales?

Tal vez la historia mil veces repetida sobre el suicidio de Sylvia Plath no sea cierta. Podría faltar un amante desconocido y esquivo. Según Jonathan Bate, el último biógrafo de Ted Hughes, en realidad Plath no se gaseó en el durísimo invierno de 1963 tras ser abandonada por Hughes con un niño y un bebé, sino porque, sumida en una profundísima depresión, otro hombre la abandonó. Más aún, sostiene Bate que Hughes y la poeta estaban intentando salvar su matrimonio, a pesar de la nueva relación del inglés con Assia Wevill, pero que mientras Plath había conocido a otro hombre al que también llamó, como a Hughes, la noche de su muerte. Bate habla incluso de una carta de despedida al amante ingrato, que podría poseer un misterioso coleccionista con el que ya ha contactado, sin fortuna por el momento.

Una nueva generación de teatro español, que llamaré de los Ochenta, pide paso. Fíjense, nombres como Carolina África (1980), Lola Blasco (1983), Alberto Conejero (1978), Carlos Contreras (1980), Paco Bezerra (1978), Juan Pablo Heras (1979), Diana Luque (1982), Antonio Riojano (1982), María Velasco (1984) y Javier Ambrossi (1984) suenan ya por nuestras tablas como si fueran tambores de guerra.