Image: El mal

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Opinión

El mal

16 octubre, 2015 02:00

Marta Sanz

En las últimas Conversaciones de Formentor se ha premiado a Ricardo Piglia y se ha reflexionado en torno a un lema: "La novela más mala del mundo". Al margen de ironías, se han diseccionado Diario de un ladrón, Las amistades peligrosas, Tenemos que hablar de Kevin, Rey Lear, Meridiano de sangre o Fray Gerundio de Campazas, entre otros libros, y se ha tratado de poner un marco -como diría Piglia- al mal para entenderlo. Los ponentes en conversación con el público han contemplado el mal como subversión frente al orden; la relatividad del mal y el mal absoluto; el mal que es bueno; el atractivo literario del mal y el mal como realidad y representación, memez o sofisticación intelectiva; la banalidad del mal; el mal como opción sexual demonizada o forma de lectura que nos induce a regodearnos y normalizar el crimen; como desclasamiento y difamación… Hemos rondado un concepto eminentemente libresco -cómo se cuenta el mal- gravitando en torno a la pregunta de si es innato o aprendido, endógeno o exógeno, instintivo o civilizatorio. Hobbes y Rousseau.

Al final estos encuentros son amputaciones porque nos faltaron Sade, El corazón de las tinieblas, Ripley o las ambiguas criaturas de Otra vuelta de tuerca. Saber es que no se sabe, percibir las lagunas. Estar siempre malcontenta incluso en el paraíso. En Formentor aprendí muchas cosas y me quedé con ganas de abordar otras; por ejemplo, no hablamos de un mal que se alza frente al prestigio desmesurado de la naturaleza: enfermedad, cánceres, niños calvos. Tampoco de cómo mencionar el mal con mayúscula, convertirlo en imagen icónica, es una estrategia para desactivar su interpretación, causa y efecto políticos: las acciones malignas pueden ser reacciones frente a una violencia insoportable. Entonces nos compadecemos del monstruo. Y esa lucidez duele.