Gonzalo Torné
Cuenta la leyenda que en los clubes de debate de las universidades británicas uno no es nadie hasta que no ha sido capaz de imponerse a sus socios, atacando y defendiendo, alternativamente, el mismo tema. A primera vista, una mente suspicaz podría pensar que se trata de una costumbre hipócrita, o que, por lo menos, incita y fomenta un uso cínico de la argumentación. Pero si lo pensamos con más detenimiento veremos que a menos que uno sea un hombre de convicciones firmes (con frecuencia heredadas) o disfrute de una intuición lo bastante clarividente para posicionarse de primeras (y de manera permanente) sobre un asunto, quizás la mejor manera de saber qué pensamos sobre algo (sobre todo si se trata de un problema "nuevo") sería recorrer de manera deportiva los argumentos de las distintas facciones hasta persuadirse a sí mismo de qué lado está.Existe por los menos una tercera familia de motivos para cambiar de opinión sobre un parecer (además de los pragmáticos y los cognitivos que acabo de exponer): la inquietud natural de nuestra inteligencia que no suele quedarse contenta ni satisfecha de buenas a primeras, sino que prefiere darle la vuelta al argumento, matizarlo, buscarle sus sombras. Esta tendencia se aprecia de manera muy viva en las redes sociales: la velocidad y la cantidad ilimitada de réplicas provoca que con relativa frecuencia los usuarios que criticaban un asunto terminen, doscientos mensajes después, a base de leves ajustes, matices, e imperceptibles vueltas de tuerca, erigiéndose en sus defensores.
Algo así me ha parecido apreciar en el seguimiento que se ha hecho en las redes sociales del Premio Nobel de literatura. El año pasado di cuenta en esta misma página de cómo los usuarios se agrupaban en función de su escritor favorito, que con muchísima frecuencia era novelista y estadounidense. De un año a otro el "fenómeno" ha seguido repitiéndose, y también se ha mantenido inalterable el común denominador (casi un aglutinador) de estas torcidas estacionales: abuchear a Murakami, quien por un designio misterioso (y levemente cruel) aparece en las principales listas de apuestas siempre en primer lugar.
Sé que se han producido casos de trasvase, e incluso de agentes dobles. Pero lo que me lleva a escribir este artículo es una mudanza más llamativa que el habitual tejido de deslealtades, un giro tan pronunciado que se acerca a los 180°. Asoma y parece que prospera la idea de que lo mejor que le puede pasar a un autor querido (al favorito de cada uno) es que los académicos le ignoren un año más. Y no tanto porque se desdeñe el Nobel o se considere abiertamente que va de capa caída. Al contrario. Lo que parecen temer es la perspectiva de ver a su autor manoseado por los internautas, sometido no solo a las simplificaciones de la mayor parte de la prensa, sino también a la interminable serie de comentarios, matices, vueltas de tuerca, apuntes, apostillas, contramatizaciones, apuntes y desmentidos a las que será sometido el ganador; un proceso que a falta de un nombre mejor algunos han empezado a llamar "El suplicio del Trending Topic".
@IAjena