Agustín Fernández Mallo

A veces aparecen libros que, ajenos a la política literaria y sin más carta de presentación que la valía del propio texto, nos asombran. Autores que sin amanerarse aún y dotados de un gran talento no pertenecen al sistema literario; fundan el suyo. Uno de tales libros es El comensal, de Gabriela Ybarra (Caballo de Troya). La autora, con apenas 32 años, nos lleva por el escalofriante relato del asesinato de su abuelo a manos de ETA, en 1977, y la posterior muerte de su madre en 2012 por enfermedad tumoral. Dos dramas vividos de primera mano (y dos escenarios, Neguri y Nueva York) que Gabriela concatena de un modo asombrosamente minucioso y maduro, sin afectación y con una solidísima prosa. Entre la crónica, el diario y la novela, es una narración que dejará helado a más de un lector. Un texto salpicado de referencias que van de la foto de su propio padre serrándose las esposas que le puso ETA, a la evocación del mítico paseo de Walser, pasando por la observación, en una sala de espera, de la vestimenta de pacientes aquejadas de cáncer.



No existe precedente en nuestras letras de alguien que con tan corta edad haya abordado la violencia de ETA desde la huella real y familiar. No han sido los modos graves de un sabio señor quienes han derribado el muro de la conexión con el lector, sino la frescura de una "niña". Hay valor literario: escrito con austeridad, precisión, buen ritmo y ni una pizca de sentimentalismo: bomba emocional en la que la descripción del cadáver del abuelo hallado en una bolsa en un bosque, y la búsqueda en Google del rostro del asesino, se ven concatenados de tal modo que anodinos detalles como un televisor de hospital que funciona con monedas o los calzoncillos feos y marrones de un novio cobran una dimensión literaria no prevista. Con El comensal no pocos libros que circulan de literatura presuntamente realista envejecen de golpe.



@FdezMallo