Image: El marciano

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Opinión

El marciano

20 noviembre, 2015 01:00

Eloy Tizón

La última película de Ridley Scott, The Martian, es entretenida, se deja ver, pero no pasa de ser un telefilme de sobremesa realizado con muchos medios y una moralina más que objetable. Es una fábula política disfrazada de publirreportaje de la NASA, destinado a recaudar fondos para su causa. Una especie de cruce entre Wall·E y Salvar al soldado Ryan, donde toda la nación movilizaba sus recursos y se volcaba en una gran ola de entusiasmo colectivo, sin reparar en gastos, para salvar la vida de un solo hombre amenazado, que casualmente -o no- era el mismo actor: Matt Damon. Es increíble el dinero que debe de estar costando este hombre al erario público. Lástima que la realidad se empeñe en desmentir tan bello mito norteamericano: cuando hace justo diez años el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans, la administración Bush -quien previamente había desmantelado los servicios de protección- se desentendió del problema, dejando abandonados a su suerte, aislados durante días, sin agua ni alimentos, a miles de sus compatriotas, hacinados en el estadio deportivo Superdome. Un reportero que estuvo allí describió: "El olor de la orina y las heces es insoportable".

El antes llamado Estado del bienestar se mostró mucho menos diligente para socorrer a sus ciudadanos reales de lo que sí presume de hacerlo en sus relatos patrióticos. ¿Rescatar a un astronauta en Marte? De inmediato, sin escatimar esfuerzos. ¿Auxiliar al vecino de enfrente, que necesita ayuda urgente? Bueno, si acaso, ya lo vamos sopesando...

La megalomanía hueca de Scott, por contraste, hace añorar la belleza franciscana y perturbadora de otro pequeño filme de ciencia ficción: Moon, de Duncan Jones, rodado a espaldas de los grandes estudios, casi artesanal y con un solo actor, pero que logra alcanzar niveles de poesía, hondura y emoción que Scott, desnortado desde hace décadas, ni huele.