Image: El tribunal del escarnio

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Opinión

El tribunal del escarnio

11 diciembre, 2015 01:00

Gonzalo Torné

Lo ha contado ya el propio interesado: aprovechando que Miguel de Cervantes era tendencia en Twitter, el profesor Francisco Rico, después de la siesta, se creó una identidad de usuario falsa, aprendió a entrar en la red social (imaginar la escena constituye una delicia menor, apenas resistible) y se asomó así embozado a ver qué decían los internautas sobre nuestro novelista universal. De la excursión digital Rico regresó con un duro diagnóstico: "Lo que me encuentro es un vasto repertorio de insipideces y supercherías. En definitiva, nada". Juicio sustentado por una gama de ejemplos (muchos emitidos por "organismos oficiales") de una cursilería y falsedad difícilmente rebatibles. Un capón en toda regla, vamos.

El profesor Rico terminaba su excursión digital y su artículo con un interrogación al aire: "¿Será así con otros TT? ¿Será así con todas las famosas redes sociales?".

¿Qué podemos responderle desde una sección dónde nos dedicamos a pensar lo que pasa en la red? Como Rico tiene el buen sentido de no comparar las redes sociales con otras instancias, ni siquiera nos queda la salida de responderle (siguiendo el concurrido ejemplo del "tú más") que la "insipidez y la superchería" es un mal endémico: las revistas, los periódicos, las radios y las academias también parecen muy a menudo "un receptáculo sustancialmente vacío".

De manera tentativa (y pasando por encima de todos los ánimos propositivos que participan con la mejor de las intenciones) me aventuraría a sostener que la principal utilidad de la red no está en la publicación de contenidos sobresalientes, sino que pasaría por ejercer cierta función de control civil.

Como la cosa puede sonar a marciano me explico mejor con un ejemplo: hace nada Twitter quedó encharcado de chistes sobre dos políticos que en un debate (no puedo precisar cuál, hay tantos que me confundo) se medio inventaron los libros de Kant que más les gustaban. Los chistes igual no valían gran cosa, pero su proliferación e insistencia supusieron un prolongado correctivo cómico (y si bien las ironías privadas equivalen muchas veces a declaraciones de impotencia ante el poder, cosa bien distinta es confluyen miles de ellas).

Desde hace ya unos cuantos años Javier Marías viene insistiendo en la dificultad de que la denuncia rigurosa haga mella en los corruptos, los groseros y los negligentes. Ahora bien, si queda algo que pueda sensibilizar a un aspirante a cargo público con voluntad de hacer las cosas mejor (esto es: descontados los ya insensibilizados por tara natural o por hábito) es verse convertido en el centro del pitorreo, en el hazmerreír de una parte de la sociedad, que para bien o para mal solo puede desplegarse y manifestarse a diario en las redes sociales.

No pongo la mano en el fuego porque en las redes sociales proliferen comentarios agudos, sustanciales, salerosos y plenos de rigor sobre los múltiples asuntos que aletean sobre ellas. Pero como se acerca la Navidad prendo una esperanza de que pueda llegar a funcionar, gracias a los aluviones del humor, como un órgano de control oficioso: como un tribunal de risas, o si se prefiere, de escarnio.

@gonzalotorne

Mitos

Ahora que los superhéroes dominan a lo grande y de manera casi incontestable la industria estadounidense del entretenimiento conviene rastrear los progresos que va haciendo la crítica de este género. De las muchas cosas que he leído en la Red comparto esta semana un extenso artículo en dos partes (http://www.zonanegativa.com/reflexiones-sobre-la-liga-de-la-justicia-lo-que-fue-lo-que-pudo-ser-y-lo-que-es-parte-1/) donde se compara a Los Vengadores y a la Liga de la Justicia, las mayores asociaciones de superhéroes de las dos principales compañías (DC y Marvel), condenadas desde hace décadas a una estimulante rivalidad. A los aficionados de años no será necesario indicarles el interés del artículo. Para los que asocien los superhéroes con la inmadurez y cierta puerilidad (en un 90% les acompaña la razón) decirles que su autor, Juan Iglesia Gutiérrez, se plantea y desarrolla aquí un problema de verdadera enjundia: las trabas y limitaciones que se impone la imaginación al desplegarse en largos periodos; un asunto que preocupó mucho a Eliot, en el trance de recuperar el coro y la energía del mito clásico para un teatro ya secularizado. A ver qué les parece.