Gonzalo Torné
Aunque sigo receptivo cada vez doy menos crédito a la ocurrencia de que la Red haya supuesto un cambio sustancial en la manera de trabajar de los artistas, y menos en los que se desenvuelven en disciplinas con un buen trecho a sus espaldas. Sin embargo, cada vez aprecio con más claridad los numerosos cambios que la Red ha ocasionado en las "condiciones de recepción" y en las expectativas del "espectador".Donde mejor se perciben estas alteraciones probablemente sea en las series de televisión. La emisión en capítulos y la enorme cantidad de comentarios que se genera en las redes producen la impresión de que se trata de una obra abierta, susceptible de ser alterada según los gustos, las manías o las esperanzas de los fans.
Todos sabemos que muchas series (algunas de prestigio) alteran las tramas y rescatan a personajes (entre otras chapucerías) en función de cómo vienen las audiencias, pero la pregunta interesante sería de qué manera afectan estas inundaciones de feedback a los guionistas con aspiraciones creativas.
En un extremo estaría George R. R. Martin que asegura siempre que puede que se mantiene firme en el plan de la obra sin dejarse influir por unos espectadores a los que considera visitantes sin derecho a redecorarle el salón. En el otro extremo encontraríamos a los pusilánimes que van a bandazos de lo que suponen que la audiencia desea.
Sí detecto una vía media por la que de momento solo transita Steven Moffat, responsable de dos series de la BBC: "Sherlock" y "Doctor Who". Moffat, cuyas relaciones con las legiones de fans de sus series son bastante tensas, no solo desdeña las hipótesis, las teorías alternativas y las críticas, sino que se sirve de ellas como estímulo creativo.
Muchos de los lectores recordarán el final de la segunda temporada de "Sherlock": el protagonista perdía la vida de manera inapelable y al mismo tiempo imposible puesto que se anunciaba una tercera temporada. Las teorías (algunas geniales por disparatadas) afloraron durante la larguísima espera. La solución de Moffat al irresoluble problema en el que él mismo se había metido fue incorporar en pie de igualdad distintas hipótesis sin decantarse abiertamente por ninguna.
En "Doctor Who" Moffat dobla la apuesta cada vez que puede. Que los espectadores llevan años esperando una escena muy concreta, pues la resuelve con una elipsis (conmovedora por frustrante); que se acusa de misoginia a la serie, pues transforma a su principal villano en mujer; que se le reprocha que sus historias son cuentos de hadas donde nunca sale nadie lastimado, pues dedica dos temporadas enteras a una estremecedora exploración de la muerte y la pérdida (¡y sin matar a nadie!).
Moffat ha declarado en alguna ocasión: "El público sabe lo que quiere pero si se lo das lo matas de aburrimiento". Su estrategia pasa por recoger las expectativas y frustrarlas, o si se prefiere: desviarlas y reelaborarlas de una manera sorpresiva, sutil y artística. Moffat podría decirles a sus fans aquello inolvidable que le soltó Joyce a su hermano: "¿Has visto Stanislaus, cuando se te ocurre una idea, el provecho que le saco yo?".
@gonzalotorne