Image: La hemeroteca como lastre

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Opinión

La hemeroteca como lastre

19 febrero, 2016 01:00

Gonzalo Torné

No digo nada nuevo: entre las auténticas e indiscutibles novedades que nos ha traído la Red ocupa un lugar de privilegio la posibilidad de acceder con notable facilidad a declaraciones pasadas (algunas lejanísimas) de personajes públicos, esto es, a las hemerotecas.

La posibilidad de refrescar casi sin esfuerzo la memoria de lo que decían, pensaban o declaraban hace meses, y compararlo con lo que dicen o declaran ahora tiene un indudable interés de control público. Facilita cazar contradicciones, detectar cinismos y denunciar hipocresías, sobre todo cuando son vergonzosas por flagrantes.

Pero como suele pasar cada vez que aparece una nueva herramienta, el cuerpo de sus utilidades enseguida proyecta una sombra de contraindicaciones. A bote pronto me parece bastante improcedente (aunque sea gracioso) escarbar en las cuentas sociales de quienes alcanzan un cargo público para ver si les encuentran alguna declaración fuera de tono, como si uno tuviera que tener presente al expresarse lo que puede llegar a ser en el futuro o como si la estricta coherencia fuese un valor indispensable (y no más bien un síntoma de escasa flexibilidad mental).

Pero el asunto parece especialmente alarmante cuando ves a periodistas que armados con las hemerotecas rebaten cualquier propuesta o plan de acción del entrevistado aludiendo a que en el pasado había dicho algo distinto (ya ni siquiera lo contrario). Al purista de la hemeroteca digital no se le ocurre pensar (o no le interesa) que el pasado no es una garantía áurea, que todo el mundo tiene tanto derecho a equivocarse como a cambiar después de opinión o tratar de rectificar.

La gestión pública (entendida ya no como juego de partidos, sino el mero establecimiento de prioridades en cualquier ámbito, incluido el cultural) consiste, entre otras cosas, en manejar el arte de aproximar los propios principios a unas situaciones inesperadas y cambiantes, que exigen variantes estratégicas y cierta flexibilidad. Sorprende que los mismos que enarbolan los valores del diálogo, persigan como hipocresía cualquier desplazamiento en los argumentos encaminado a posibilitar ese mismo diálogo en el que tanto se ufanan como ideal. ¿O es que esperan que dos o tres facciones distintas se entiendan quedándose en el mismo sitio, sin decir una palabra, por simpatía progresiva, por convencimiento telepático?

Uno entiende que los desaforados simpatizantes de cada facción (política, cultural, artística…) persigan y expongan en las Redes la menor contradicción del adversario. Es una tarea un tanto miserable, pero tampoco creo que un seguidista pueda aspirar a mucho más. Lo que ya es de una ingenuidad alarmante es que un periodista profesional confunda cualquier desvío de lo que contempla en la enorme hemeroteca digital con una conducta hipócrita o con un temperamento cínico. De nuevo, como casi siempre, de bien poco va a servirnos la prodigiosa disponibilidad de la hemeroteca que nos facilita la Red, si el criterio de quién debe manejarla no le da para diferenciar, más o menos al momento, la distancia que va de una traición a los principios con un cambio de estrategia, aconsejado por las circunstancias.

@gonzalotorne

El reino de los insistentes

Cada poco tiempo las distintas redes sociales introducen cambios en el diseño o en su funcionamiento, por lo general resultan ser tan poco significativas que uno tiene la sensación de que el auténtico propósito pasa por no acomodarse. Hace poco Twitter ha lanzado una noticia sonda sobre un cambio inminente que parece de mayor alcance. El orden de exposición de los tuits, regido hasta el momento por el riguroso dictado de la cronología, quedará en manos de un enigmático algoritmo que premiará (si he entendido bien) a los usuarios más populares. El anuncio ha despertado algunas protestas y ahora mismo la "reforma" parece estar en el aire. Es legítimo que Twitter redecore su casa como le venga en gana pero esta medida, de aplicarse, contravendría notablemente su propio espíritu. Al fin y al cabo, basta con echarle una mirada distraída (ahora mismo si se quiere) al Time Line de cada uno para comprobar que Twitter no es el reino de los personajes populares, sino de los insistentes y perseverantes, a los que las nuevas medidas amen.