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Afectos fantasmales
Gonzalo Torné
Como quedarse impasible está fuera de nuestro alcance cada uno reacciona como puede cuando hay un atentado como el que destrozó parte del aeropuerto de Bruselas y a casi medio centenar de personas. Mi reacción (la comparto porque en la medida que es indeliberada quizás sea un mecanismo recurrente) pasa por repasar mentalmente y tan deprisa como puedo a los conocidos que puedo tener en el sitio de la matanza y asegurarme acto seguido de que están bien, después repaso las imágenes que tengo del barrio, la ciudad y el país y por último (esto desde luego no tiene ninguna función práctica) la mente me navega libre y desordenada entre los famosos ilustres que están asociados a la zona.Escribo todo esto porque en esta ocasión se ha inmiscuido un paso nuevo en la rutina habitual cuyo origen deriva de mi presencia en redes sociales: después de asegurarme que mis conocidos estaban bien, me he descubierto convocando a los usuarios que sigo en redes y que me parecía que pueden vivir o pasar temporadas en Bruselas. Como no tengo su teléfono he ido comprobando que seguían publicando y emitiendo, que estaban a salvo. Mientras tanto pude comprobar que algún que otro usuario preguntaba directamente a sus conocidos digitales en Bruselas por su estado (físico y anímico).
A diferencia de los atentados de París (ciudad donde viven bastantes avatares con los que mantengo cierta relación digital) con los residentes en Bruselas no me vinculaba ni siquiera un trato digital frecuente. Es gente con la que apenas converso, que ni sé cómo se llaman (usan los tres pseudónimo o a mí me lo parece) y les sigo por motivos distintos: uno cuelga y comenta cuadros, el otro habla de cómic y el tercero comenta con acidez la actualidad deportiva. Por supuesto, en mi preocupación se imbrica el natural deseo de que la gente viva en paz y con salud, pero también un novedoso afecto, derivado de una clase de relación que de tan leve y etérea podría calificarse de fantasmal.
Otro aspecto interesante de esta relación-fantasma es que de repente se abren ventanas muy singularizadas a la información común. Me explico: como sabrán todos los lectores cada vez que hay un atentado terrorista los medios públicos y privados quedan atenazados por un sentido de la responsabilidad realmente desasosegante. Tengan o no tengan información nueva se ven obligados a mantener los canales abiertos, a reiterar obsesivamente los mismos datos y a entregarse a horas de análisis con tertulianos que con frecuencia acudían al programa a comentar otra cosa y se acogen a generalidades sin fin y moralinas sin cuento.
Mucho se ha criticado la información precipitada y sin fundamento que circula en las redes, pero a mí me interesó mucho en las jornadas posteriores al atentado lo que estos "conocidos" iban escribiendo sobre el asunto, desde perspectivas muy distintas y al antojo de sus propios intereses: desde una indignación en la que se podía creer, desde el análisis de las dificultades para recuperar el pulso cotidiano, y el ácido (muy en su papel) señalando incongruencias y metidas de pata de los medios. Lo cierto es que me sentí algo más acompañado en medio del estupor y el desconcierto, tanto que me hubiese gustado tener más afectos fantasmales (todos indemnes) en Bruselas.
@gonzalotorne