Gonzalo Torné

Decía Nabokov en algún sitio (paranoico y a la defensiva como de costumbre) que cualquier novelista que se precie debería vigilar con mucha atención las obras de sus "rivales". Como después de todo Nabokov es un novelista esmeradísimo siempre que puedo sigo su consejo y leo a mis colegas en este novedoso menester de contar lo que pasa en la Red.



La estrategia no solo me permite enterarme de muchas cosas (en especial de aspectos técnicos y apoyaturas estadísticas), también descubro asuntos desatendidos como por ejemplo el siguiente: de un tiempo a esta parte Facebook y Twitter se han convertido en sitios donde famosos de diversas "disciplinas" se decidan a pedir perdón. Como es bien sabido el perdón (sobre todo si va acompañado de la comprensión de una parte y la enmienda de otra) es una forma civilizadísima de terminar con una controversia o de compensar un agravio.



Sin embargo, el perdón que se aprecia en la Red tiene contornos algo siniestros. Viene precedido de cientos (a veces miles) de mensajes de disconformidad con las declaraciones del famoso, que no remiten hasta que este dice la palabra mágica: "perdón".



El futbolista que pide perdón por haber dicho que sus compañeros son unos mantas o la periodista que hace lo propio tras declarar que no cree que vaya nunca a querer a su futuro hijo más que a su actual novio no rectifican después que la otra parte haya presentado sus argumentos y le haya convencido, sino que se retractan después de que los adalides de la corrección política (o del derecho de los nonatos a ser amados por encima de todo) se hayan mostrado ofendidísimos. Dicho de otro modo: después de una oleada de intimidación.



Ahora que tanta gente se preocupa de la salud democrática conviene recordar que de la misma manera que en nombre de la libertad de expresión (que garantiza la emisión libre) no se puede impedir el juicio ajeno sobre las propias opiniones (es compatible con la democracia asegurar que alguien dice estupideces o no se le entiende lo que dice), constituye una notable degradación cortar cualquier posibilidad de intercambio crítico haciéndose el ofendido.



Cada vez que alguien dice: "Ah, por aquí no paso" o "No, no, de ninguna manera, hasta que no rectifique no hay manera de entendernos, primero que se disculpe, que dimita, que se retracte, que se exilie", se imposibilita el socorrido "diálogo" o la discusión. Desde luego que uno puede ofenderse y escandalizarse ante unas declaraciones, pero un "sistema democrático sano" debería transcurrir en la mesa de los adultos, de manera que todas estas reacciones emocionales se vehiculasen en argumentos (todo lo agresivos que se quiera) y no en exigencias inmediatas de disculpas, que operan como una censura retrospectiva.



Dado que quienes se dan por ofendidos renuncian en aras de su razón, de su identidad o de un uso torticero de la dignidad a conversar, y exigen una satisfacción inmediata que solo se contenta con la claudicación, lo mejor sería que prolongasen la sobremesa con los adultos (más o menos achispados, pero con ganas de entender y de hacerse entender), y que se fuesen a la mesa de las niños, o si el cuerpo les pide algo de agitación al parque, a jugar con tierra.



@gonzalotorne

Una herramienta útil

Conocer un oficio desde dentro (en mi caso el de novelista), tiene una ventaja (o un inconveniente): te lleva a desarrollar anticuerpos con los que resulta relativamente sencillo descartar lecturas. Sin ir más lejos, conociendo el prolongado y complejo trabajo al que la imaginación suele someter al material (provenga de dónde provenga) me resulta casi imposible leer la novela de un autor que nos asegura que escribe con el Google abierto, o consultando la Wikipedia (existen los incautos que todavía lo proclaman como si fuese una novedad). Pero he descubierto una herramienta que puede ayudar a los novelistas dedicados a la novela histórica o que sitúan pasajes en el pasado. ¿Cuántas veces en el momento de explicar cuánto valía algo han quedado aturdidos por el distinto precio del dinero? Pues bien, aquí están las calculadoras de inflación: (https://www.econometrica.com.ve/calc-inflacion). En la Red pululan cientos, de distintas monedas (dólares, pesetas, francos) y épocas. Desde luego no mejorará la novela, pero evitará el socorrido recurso al amigo historiador de turno para que desentrañe los enigmáticos cálculos por nosotros.