Image: Patas de mosca

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Opinión

Patas de mosca

15 abril, 2016 02:00

Marta Sanz

¿Por qué nos empeñamos en seguir escribiendo novelas si ya no nos sirven?, ¿o es que sí nos sirven y todo lo demás es una boutade, una impostura?, ¿nos sirven porque sigue existiendo la lucha de clases, la lucha por el pan, las hipocresías, los poderes fácticos?, ¿existen aún remiendos y polisones, la posibilidad de que un narrador omnisciente siga siendo verosímil, o de que el autor meta las narices en su propio texto y haga una de esas injerencias que nada tiene que ver con la auto-ficción, la posibilidad -no tan remota- de que alguien ordene el mundo desde arriba pese al espejismo de horizontalidad y democracia? ¿Creemos que el género novelesco es de verdad omnívoro y lo aguanta todo, y nuestras pequeñas maldades -niños que amputan patas de mosca y rabos de lagartija- lo están modificando para responder a otras pulsiones, a las nuestras?, ¿por qué no pensar que romper lo previsible dentro del espacio de las retóricas subvierte lo establecido también en el más allá de la literatura, en el fuera del texto, en esa realidad de la que la palabra literaria forma parte?

¿Por qué pateamos los jarrones de papá, experimentamos con probetas, jugamos con fuego, como niños consentidos pero con la vocación de no ser superficiales, y otras veces apelamos al pop, los detectives, el culebrón, la écfrasis televisiva, como panaceas desde las que acceder al público?, ¿por qué usamos moldes ideológicamente tan marcados con la pretensión loca de convertirlos en contenedores de otros mensajes?, ¿por qué a veces nos empeñamos en creer que lo que hacemos es fundamental y, otras, nos sentimos minúsculos, pedantes, empollones y tontos del haba?, ¿por qué estamos tan cerca y tan lejos? Fondos, formas, géneros, ombligos, lenguajes, plazas, ideas, distancias y todas sus intersecciones... Sospecho que nuestro trabajo consiste en repensar todo esto con el colmillo retorcido. O como aprendices.