Godot no llega
La espera es sin duda uno de los grandes temas de la literatura moderna, y quizá universal. El retraso, la postergación, lo azaroso de las expectativas que son aplazadas indefinidamente protagonizan muchas fábulas hirientes de Kafka, de Gracq o de Buzzati con "su prosa de arena". En todas ellas la espera no es un elemento circunstancial ni un ornamento, sino la sustancia misma que tensa su discurso, dado que nuestra vida entera "está hecha de espera, es espera". Esto sostiene Miguel Albero en su curioso ensayo, Godot sigue sin venir, donde rastrea, cronometra y tipifica con dinamismo una ancha gama de esperas de nuestra vida social y literaria.
La primera, claro está, es esa oda a la impuntualidad titulada En attendant Godot ("el padre de todas las esperas"), pirueta genial de Beckett en la que, según la célebre sentencia, "sucede nada, dos veces": la nada por duplicado. Desde el manejo del mcguffin en Hitchcock como treta para estirar los relojes y alargar el suspense hasta la circularidad de los bárbaros de Kavafis listos para invadirnos o todo lo contrario, ya no sabemos, somos pura incertidumbre. Con razón escribió Antonio di Benedetto en Zama: "Ahí estábamos, por irnos y no".
A base de inteligencia y sentido del humor algo gamberro, Albero relaciona la espera con el poder, y señala que eso, hacer esperar, es una de las prerrogativas del poder y una de sus manifestaciones más maquiavélicas. Todo aquel que hace esperar a otro a sabiendas ejerce alguna clase de dominio y aspira a su control y subordinación. El coronel no tiene quien le escriba. Los androides aún sueñan con ovejas eléctricas. Entre todos hemos convertido este mundo en una descomunal sala de embarque. En fila, con un papelito en la mano, la vista clavada en un panel aleteante, aguardando a ver si llega por fin nuestro turno, aquí seguimos. A punto de irnos y no.