Image: Castigados sin hojear

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Opinión

Castigados sin hojear

13 mayo, 2016 02:00

Gonzalo Torné

Aunque en esta sección nos sentimos de vez en cuando inclinados a señalar con buen humor las metidas de pata de los profetas del libro digital, lo cierto es que el alarmante estancamiento del formato constituye una auténtica lástima para todos los 'actores' del sector. Probablemente, la situación no sería tan grave si desde el primer momento se hubiese evitado escrupulosamente confundir de manera tan torpe (y a veces intencionada) la cantidad de copias "repartidas" con el volumen de negocio (si me pongo a regalar jamón enseguida me quedaré con una cuota de mercado, pero como otros sigan mi ejemplo enseguida arruinamos el negocio) y si se hubiese planteado una convivencia entre los dos formatos, potenciando las ventajas específicas (en el caso del libro electrónico: la disponibilidad de acceso y consulta), en lugar de defender una sustitución darwiniana que va haciendo puntos para pasar a la historia de los vaticinios más comprometedores.

Pese a los esfuerzos de las editoriales por preparar ese "porvenir que nunca llega" los palmeros del digital suelen responsabilizarlas del frenazo del libro electrónico: "que digitalicen más, que bajen el precio, que me contraten a mí". Cualquier cosa antes que apuntar a un aspecto recurrente en muchísimas conversaciones entre lectores de buena voluntad: los aparatos de lectura digital no son precisamente instrumentos imbatibles, sino francamente mejorables.

"¿Cómo van a equivocarse la divina compañía del diseño zen y el gigante de la venta a distancia?" parecen decirnos los profetas desde su estupor de creyentes, pero si se diesen un paseo por foros y blogs enseguida descubrirían cómo se acumulan las quejas. Entiendo que su idea de fondo (no siempre bien expresada) es que el lector es quien debe terminar de adaptarse a las particularidades del aparato, pero como el plan no termina de salir adelante, quizás no sea tan aventurado escuchar un poco a los destinatarios.

Una de las quejas más recurrentes es la dificultad de "hojear". Puede parecer una tontería pero la lectura seria (la de los fieles, la que sostiene el grueso de la industria) casi nunca se permite ni se limita a ser lineal. La lectura no se parece tanto a un recorrido en tren donde a cada kilómetro vemos alejarse el paisaje fuera de nuestro campo de visión, como la apropiación de un territorio (textual) que opera hacia delante desde luego, pero teniendo siempre un ojo puesto en lo ya recorrido que reverbera sobre la línea por la que pasamos la mirada.

Cuando la lectura es provechosa (ya no digamos cuando es intensa o cuando se está estudiando) tiene algo de apropiación del texto que se hace muy difícil si no se nos permite acudir de manera casi instantánea a cualquier punto del libro como permite sin problemas la "técnica" de lectura en papel (este es uno de los motivos por los que ningún lector serio puede escuchar sin desasosegarse el socorrido lema publicitario: "un libro que no podrás soltar de principio a fin"), de manera que muchos lectores sentimos esta dificultad de hojear como una privación o, si se prefiere un lenguaje más llano, una chapuza.

Ojalá viésemos a los profetas del digital y a las empresas responsables esforzándose por solucionar esta limitación (entre otras) del libro electrónico.

@gonzalotorne

Delibes

2,2 Terabytes. Este es el peso (o la dimensión, no lo tengo muy claro) del archivo digitalizado de Miguel Delibes. Más de dos billones de datos donde según la hija del escritor, Elisa Delibes, se contienen: "Ochenta y nueve años de vida y sesenta de fama". En total se trata de 112.579 entradas a partir de 14.352 documentos originales, algunos tan curiosos como los justificantes del préstamo con el que se pagó los estudios, hojas preparatorias de sus clases, cartas de otros próceres literarios o los manuscritos que permiten apreciar la evolución de su caligrafía. El fondo se puede consultar de manera parcial en www.fundacionmigueldelibes.es, aunque hay material reservado para investigadores acreditados. En apenas dos años se ha llevado a cabo la digitalización del archivo comandada por el gerente de la fundación, Javier Ortega. Desde aquí solo queda felicitar a los implicados por su voluntad de difusión (que contrasta mucho con la paranoia cicatera de tantos otros herederos) y por la normalización de los archivos digitales, en cuya facilidad de acceso ni siquiera hay que insistir.