Gonzalo Torné

Hace ya mucho tiempo que la jerga de la autoayuda se trasladó a los libros sobre gestión de empresa y a la versión económica del llanero solitario: el inaudito emprendedor. Imagino que este cúmulo de consejos turulatos habrá hecho tanto para arrancar negocios prósperos como antes hizo para enderezar vidas confusas: entregar un montón de esperanza sin fundamento. Con un agravante en el caso del trabajo: el intento de imponer el "si quieres, puedes" (una de las ideas más idiotas de la historia de la humanidad) conlleva borrar cualquier desigualdad de partida (tanto de posición social como de capacidad y talento) y debilitar de antemano cualquier empresa o negociación colectiva, con el propósito de que prospere la ficción de que los éxitos de nuestras ‘empresas' dependen exclusivamente de esfuerzos privados, que transcurren aislados, en condiciones casi de probeta de laboratorio, con excepción de las etéreas dotes de ‘liderazgo' y de las cargantes ‘destrezas empáticas'. Es decir, que si la cosa no prospera la culpa será exclusivamente nuestra.



Sirva el párrafo anterior de preámbulo al tema de esta semana que no es otro que la impresión de que se está produciendo un trasvase (o una invasión) de estos ‘principios' hacia la educación, hasta el punto no solo de incluir estos saberes en las universidades (capaces de resistirlo más o menos todo), sino también en la educación primaria y secundaria. Buena parte de la batalla (o eso me ha parecido notar) se juega en las redes, con los ya recurrentes argumentos del ‘cambio de paradigma', de la ‘adaptación de lo viejo a lo nuevo' y de ‘la integración de las nuevas tecnologías'. Y aprecio que este ‘cambio' se defiende en plataformas muy parecidas hasta donde hace poco se apremiaba a los editores que rebajasen el precio de sus libros hasta lo indigente para ver si así subían las ventas de los ebooks.



Ya pueden imaginar por dónde van los tiros: fomentar el liderazgo, desarrollar la empatía, transformar las crisis en oportunidades, repetir mucho la palabra cambio, fagocitar los propios errores, dar la lata tanto como se pueda, no rendirse nunca, confiar en lo que uno ‘lleva dentro' y demás quincalla mística. Lo que es risible cuando se aplica a un mayor de edad que emprende porque quiere pasa a ser siniestro si quiere imponerse a menores de edad. Con todos sus limitaciones la educación humanística parte de un intento de asimilar una porción extensa del pasado, al tiempo que traza un mapa, tentativo y limitado, del mundo y de la sociedad dónde tendrá que moverse el futuro ciudadano. Precisamente porque el mundo es cambiante se le deberán suministrar armas de análisis y crítica para que pueda prosperar en un futuro imprevisible.



Las cuitas de la autoayuda y las pomposas ridiculeces del emprendig despiertan a menudo en la persona cultivada sonrisitas de superioridad como si estuviésemos leyendo un capítulo actualizado de Bouvard et Pécuchet, pero la posibilidad que el instrumental necesario para comprender y manejarse en la vida sea sustituido por una serie de mantras absurdos sobre la voluntad que prospera en un entorno falseado debería ponernos en alerta, porque no tiene ninguna gracia.



@gonzalotorne

Maneras de concentrarse

Como hasta dónde yo sé no existe una disciplina que estudie los hábitos de lectura más allá de las encuestas y otros valores de grisura cuantitativa, aparecen aquí y allí opiniones para todos los gustos relacionadas con ‘el leer' y con las nuevas tecnologías. Las hay tan audaces que postulan (nada menos) que una alteración total del cerebro, tan ingenuas que identifican la breve extensión de los mensajes que circulan en las diversas redes con una supuesta incapacidad para leer textos largos (pese a la presencia en la lista de libros más vendidos, semana sí y semana no, de auténticos novelones) y las más atendibles que advierten que con tanta notificación parece tarea titánica concentrarse. Mi experiencia es un poco distinta: precisamente porque la capacidad de absorción de las redes es tan evidente me ha servido para reservarme horas diarias de lectura en un entorno protegido del crepitar digital, que muy probablemente en la era analógica se me iban en cualquier otra distracción. Al fin y al cabo, aunque les pueda sonar raro a los nativos del digital nunca hemos ido escasos de oportunidades para aplazar el momento de concentrarnos.