Image: Segunda intemperie

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Opinión

Segunda intemperie

10 junio, 2016 02:00

Marta Sanz

Frente al elogio de la imaginación y las ficciones, casi toda la literatura es una forma de la autobiografía. Cada una de nuestras ficciones es una máscara que nos desnuda. Mi segunda intemperie me expone por el hecho biológico y cultural de que soy una escritora. Estamos desprotegidas frente a la fantasía de nuestra igualdad con los hombres. Yo, siguiendo el concepto de "política de la ubicación" de Adrienne Rich, escribo desde el reconocimiento de las geografías de mi escritura: española, de clase media, tengo estudios superiores, poseo una casa -solo una-, resido en Madrid, mis padres están vivos y bien de salud, mi marido no tiene trabajo, heterosexual, católica por nacimiento pero atea por convicción, mujer.

Estas características definen mis intereses y me dotan de unas herramientas, un idioma, una visión del mundo que no puedo evitar y de otra contra la que me construyo. Soy una mujer que escribe y debo esforzarme por ocupar un territorio, porque cargo sobre mis espaldas con el peso de siglos y en mi gestualidad están impresas palabras de hombres a los que no quiero ni puedo renunciar: Ovidio, Galdós, Lorca, Dostoievski... Ni siquiera renuncio a Sade o a Nabokov. Sin embargo, frente a esas palabras, debo buscar otras -re-significar ciertos términos- para contar historias que tal vez ni mis maestros ni mis contemporáneos contarían o contarían de otra manera, de modo que no estarían diciendo lo mismo.

La intemperie machista me acaricia el pelo: "Calma, calma, ya pasó". Pero yo sé que me está engañando y solo busca anestesiarme, porque cuando doy con otras palabras para nombrar el cuerpo femenino sin espectáculos desde el otro lado de las pantallas me gritan: "Feminazi, fea, machorra, marisabidilla…". Me resisto a la intemperie que me induce a pensar que todo está bien. Me resisto escribiendo y negándome a llevar corbata en los textos que escribo. Tampoco uso un bigote de pega. Ni engolo la voz para aparentar autoridad.