Image: Sopa de gansos

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Opinión

Sopa de gansos

22 julio, 2016 02:00

Gonzalo Torné

Sucede muchas veces que antes de hacernos una idea satisfactoria de lo que algo significa o supone alcanzamos la certidumbre de lo que desde luego no es, de ninguna manera. Pensaba en esta constante a propósito del ‘fenómeno YouTuber' definido por la siempre puntual y sucinta Wikipedia como "Todas aquellas personas que se dedican a subir videos a YouTube", pero que se viene empleando como sinónimo de éxito, aplicándose a los ‘subidores' con más seguidores (estamos hablando de millones). El caso es que hace tiempo que estudio (esto es, voy mirando) sus piezas a la espera de poder escribir algo medio satisfactorio o novedoso. Sin el menor resultado.

En las últimas semanas hasta en cuatro artículos he leído celebraciones de los YouTuber de lo más entusiastas: en dos se anunciaba una nueva Era (¿cuándo se habrá estrechado el campo semántico de esta palabra hasta significar "lapso sin sustancia, que pasa sin ser advertido"?) y en otros dos se le anunciaba el lector que estos jóvenes (algunos lo son de verdad) le iban a cambiar la vida. Ojo: a cambiar la vida.

Y fue mientras leía estos documentos de nuestro tiempo cuando se me encendió la luz. El motivo por el que no logro decir nada sobre estos YouTubers (para los curiosos aquí un ranking ordenado por seguidores: http://marketing4ecommerce.net/youtubers-mas-seguidos-de-espana/) es porque su principal empeño parece ser el de decir y hacer tonterías. Y cuidado, de la misma manera que conviene distinguir entre comedias (un género al que se le exige estructura y tema) y películas de reír (a las que les basta una secuencia de gansadas para funcionar) no estoy acusando a nuestros protagonistas de ser cómicos, sino situando su género en la gansada.

Tampoco lo digo despectivamente, ‘hacer el tonto' (que podría definirse como la emisión o el ejercicio de gansadas cuyo efecto se consume en su propio transcurrir, sin dejar estela emocional o intelectual) parece desempeñar una función social importante. ¿Quién no habrá hecho el tonto alguna vez? ¿Quién no ha sentido alguna vez la tentación de ver como otros lo hacen? Refresca el ambiente y ofrece entretenimiento a bajo consumo mental, algo así como la programación regular de la televisión sin molestas aspiraciones edificantes. El problema para quien pretenda decir algo sobre el fenómeno es que de la tontería es dificilísimo hilvanar un discurso (aunque sea de tres párrafos), se agota al señalarla o tras disfrutarla (si es el caso).

Así que cambio de tema (con la promesa de volver un día, pese a las dificultades, a los YouTubers): quizás lo más llamativo de estos artículos sea una vez más la genuflexión ante la estadística de páginas supuestamente dedicadas a la cultura. La apabullante docilidad con la que los analistas acuden corriendo allí dónde se congrega gente, aunque sea a bulto, para matar el tiempo o a desgana (¡cuántas horas pasamos de navegación pseudo-aburrida!). La incapacidad de distinguir entre cantidad de seguidores e influencia real, la ceguera ante la sustancia o el contenido de lo que se emite, ese sí que es un fenómeno perseverante, distintivo y preocupante de nuestra Era. Porque seguro que la tontería, por presente que esté en la vida de todos, como la respiración o la circulación de la sangre, no va a cambiar la vida de nadie.

Vacaciones

Ahora que se acercan las vacaciones quiero reparar en un asunto que me ha llamado la atención y que señala una diferencia entre las dos grandes redes sociales: Twitter y Facebook. De todos es bien conocido (y sufrido) que Facebook funciona como una suerte de bandeja de exposición de las vacaciones de cada quien (no digamos ya Instagram) hasta el punto que según parece son los meses de asueto en los que se incrementa el tráfico de datos, en otras palabras: que nos explotamos cuando se supone que deberíamos descansar (signifique lo que signifique eso). En Twitter se está propagando, de manera lenta pero inflexible, otra costumbre, de signo contrario, que pasa por advertir a nuestros seguidores que nos vamos a tomar unos días (o meses) de inactividad. Quizás (aunque cualquiera sabe) sea un indicio más de la conveniencia de acabar con la exposición continua, con la información constante para no perder cuota de seguidores, una interrupción o al menos un frenazo a esas profecías que ya nos imaginaban, a todos, híbridos de la Red.