Image: Tati

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Opinión

Tati

2 septiembre, 2016 02:00

Eloy Tizón

Pocos cineastas han capturado mejor la melancolía del final del verano que Jacques Tati. Voces menguantes, luces acuareladas. En la retrospectiva que le ha dedicado el cine Bellas Artes, me ha sorprendido lo mucho que se parecen Mi tío y Mary Poppins. Me extraña que nadie, que yo sepa, lo haya advertido. Los dos protagonistas son cuidadores de niños, inadaptados que invaden con sus paraguas anticuados el santuario tecnológico de hogares de un puritanismo enfermizo donde introducen el caos, para terminar alejándose por los aires, después de haber provocado un cambio de actitud en los progenitores respectivos (padres neuróticos, interpretados por dos actores que incluso guardan entre ellos cierto parecido físico) que, al menos en parte, les hacen perder rigidez y los reconectan con sus hijos y con sus propias infancias a través del juego, el humor y la naturaleza.

Hay un hilo conductor entre la institutriz británica y el bohemio francés poco estudiado, pero que merece atención. Poppins se junta con marginales, vendedores de cometas y deshollinadores. Hulot, por su parte, es partidario de los niños, los viejos, los chuchos, las bicicletas, los barrenderos inútiles y en general todo lo que huela a pérdida de tiempo y coleccionismo de nubes. Solo en un rasgo Hulot es superior a Mary Poppins: en su delicadeza. Mover la hoja de la ventana para que el reflejo del sol haga cantar a un jilguero enjaulado en el balcón de enfrente, o colocar el ladrillo desplazado en el mismo hueco del que ha caído, de un muro en ruinas, son gestos que implican una voluntad de respeto por el mundo y pasar por él de puntillas, con elegancia palaciega. Recuerda aquella historia sucedida en casa de Max Brod: Kafka cruza la estancia en la que duerme el padre de Brod y sin querer le despierta. Para tranquilizarle, Kafka se justifica: "Por favor, considéreme un sueño".