Gonzalo Torné

Pues estamos de enhorabuena, por fin: una noticia. Como el anuncio me llegó a principios de agosto temo que se les haya pasado por alto, subsanémoslo. Ha nacido CuratedAI, la primera revista literaria (especializada en narrativa y poesía) escrita íntegramente por inteligencias artificiales. Su lema es: "escrita por máquinas, para personas". Según nos informa Alfredo Álamo (con sano distanciamiento) manejan 190.000 palabras, un ‘pasote', si tenemos en cuenta que Shakespeare solo llegó a usar 33.000: limitaciones de la inteligencia natural. Cuando se trata de palabras a la CuratedAI no la tose ni la enciclopedia británica.



Las diversas inteligencias artificiales han sido "programadas a partir de la base de un escritor famoso"(sic). Una de ellas, bautizada Tolstoyish, se define como "una red neural entrenada sobre el trabajo de Tolstoi"(sic). Todo esto tendría su gracia pero me temo que los responsables del proyecto hablan completamente en serio cuando añaden (siempre según Álamo): "La lectura está más en el lector que en el escritor, obviamente. Puedes hablar acerca de lo que el creador ha estudiado o cómo trabaja, pero no sobre el propósito del creador. Puede que sobre la intención del autor del algoritmo, en todo caso, pero es un paso que se ha eliminado, lo que lo hace más divertido a ojos del lector".



Por lo veo le veo dos problemas a la presunción de que estos textos los vayan a leer personas.



En primer lugar, como sabe cualquiera que haya leído a un sosias de Borges, Bolaño o Marías, manejar el vocabulario, compartir los temas o emular la sintaxis de un autor no garantiza ni por asomo un resultado parecido. Así de bien lo exponía el temperamental Rousseau: "Apenas necesito llegar a la segunda página de esos necios y astutos imitadores para darme cuenta de la imitación, creyendo hablar como él están lejos de sentir y pensar como él, incluso copiándole lo desfiguran por la manera de representarlo. Es muy fácil falsificar sus frases, lo que es difícil es expresar sus ideas y sentimientos".



En segundo lugar, si bien es cierto que el conjunto de las intenciones de un autor siempre se nos escapan (entre otras cosas porque son variables y no siempre conscientes) la lectura se funda en la doble presunción de que el autor tenía varias intenciones rastreables (escribir un buen poema, intervenir en el debate literario, transmitir un tema, conseguir un efecto estético) y de que el lector será capaz de recodificar (aunque sea de manera conjetural) alguna de estas intenciones. En estos textos es que toda la complejidad del discernimiento de las intenciones (y del ‘sentido') queda reducido al juego simplón de las imitaciones. Un poco como si se obligase al aficionado al futbol a ver un partido entero jugado por morsas. Un rato vale, pero...



Mientras se dan una vuelta por CuratedAI remato el artículo con una reflexión general: en un pasaje de sus diarios el visionario Robert Musil se sorprendía del uso rebajatorio que el periodismo de su época hacia de la palabra ‘genio'. Aplicada desde hacía siglos a la persona que demostraba un talento original en una destreza artística se aplicaba ahora a máquinas y caballos, lo que constituía una ‘genialidad' muy de baratillo. A la vista de los resultados creo que ‘artificial' puede empezar a contar como sinónimo de ‘birria'.



@gonzalotorne

Despertares

Si hay un hombre que pretenda hacerlo todo en España deberá antes competir con Vicente Luis Mora: crítico, poeta, novelista, pionero de la Red, conferenciante, doctorando de éxito, ensayista, antólogo, gestor cultural, lectoespectador, animoso corresponsal, investigador… y seguro que me dejo unas cuantas cosas en el tintero. Hace algún tiempo emprendió una serie rarísima (al menos a mi entender): registrar, prácticamente a diario, sus despertares; ese enigmático momento de recuperación de la conciencia con el que Proust arrancaba y anticipaba el tema central de En Busca del tiempo perdido. A base de perseverancia ha ido hilvanando una serie (término clave en sus empeños) de fogonazos líricos donde por una extrañísima alquimia caben el humor, la crónica sentimental, la crítica cultural y unos cuantos de esos miedos confortables que por momentos parecen tomar al asalto nuestras menores vidas. Los efectos secundarios de la lectura incluyen reparar en cómo regresamos a la vigilia después de ser usados por los sueños. Échenle un ojo, igual se suman al deslavazado grupo que cada pocos días nos sorprendemos pensando: "a ver, a ver, ¿cómo se habrá despertado hoy Vicente Luis Mora?".