Image: Viva septiembre

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Opinión

Viva septiembre

16 septiembre, 2016 02:00

Agustín Fernández Mallo

En mayo de 1913 se estrena en París el ballet La consagración de la primavera, del poco conocido compositor, Ígor Stravisnky. El público más conservador interrumpe con abucheos y toda clase de improperios. El sector de espíritu más vanguardista aplaude cada vez que en la partitura aparece una disonancia, una polirritmia o una extraña tonalidad. Pablo Picasso, Jean Cocteau, Gertrude Stein, Marcel Proust, Maurice Ravel y Claude Debussy, estaban allí, y cada uno a su manera refiere que las damas de collares de perlas y los varones de frac tiraban verduras al escenario, y tomates y huevos. También se habla de puñetazos entre las dos facciones. Pero el director no detuvo ni por un instante esa pieza, que pasa por ser el nacimiento de la música clásica moderna.

Tampoco parece muy probable que la gente de perlas y frac vaya al ballet con lechugas y tomates en los bolsillos. De hecho, las crónicas escritas de esos días no señalan ninguno de esos incidentes. Tanto en periódicos como en otros registros fiables, el estreno pasa por ser un acontecimiento impactante, sí, pero no violento. Así las cosas, si nadie se hubiera preocupado de escribir la trifulca para extraerla de la hoguera del lenguaje hablado, lo que quedaría de aquello sería lo que fue escrito en los diarios. De ahí la superioridad de la escritura sobre el relato oral.

El tiempo borra toda onda sonora, pero no tanto la tinta sobre el papel. Lo que ocurrió aquella noche, en estricto, no puede saberse, pero se trata del vivo ejemplo del nacimiento de un mito, el cual por definición no sólo necesita de vagos hechos para perdurar en el tiempo, sino de su institucionalización: ser puesto por escrito. Y es a esa clase de escritura a la que llamamos novela. De hecho, en todas la novelas el verano es consagrado como edificante y divertido. Otro mito, en este caso de la clase media. ¡Viva septiembre!

@FdezMallo