Luna Miguel

El otro día la escritora y profesora Lola Nieto colgaba en su muro de Facebook una fotografía en la que se podía ver un dibujo de un hombre fumando pipa. El de la foto, señalaba, era un poeta que habían imaginado sus alumnos de la ESO.



Por lo visto, esa misma mañana en clase, Nieto realizó un experimento para adivinar qué imagen de la poesía tenían los adolescentes. El resultado fueron un puñado de folios en los que se veía a hombres casi ancianos, algunos sosteniendo una pluma, otros llevando monóculo y otros, incluso, con gorguera.



Que la imagen que los más jóvenes tienen de la poesía y de los libros sea esa -basada en tópicos que huelen a naftalina, en una estética de otro tiempo, en una idea de la literatura como algo lejano a su idioma- no me parece tan descabellado.



De hecho, a veces pienso que esa imagen es la misma que muchos de nosotros -periodistas culturales, editores y lectores- todavía tenemos del mundo en el que trabajamos. Como si en literatura todo llevara gorguera, o como si un escritor no pudiera ser joven, ni mucho menos mujer.



Si esto no es así, entonces no me explico cómo a veces seguimos tratando ciertas novedades literarias o a ciertos autores cuando queremos reseñar, criticar o promocionar sus obras. Sin ir más lejos, y por poner un caso reciente, ahí está Emma Cline. La acogida espectacular que tuvo en nuestro país por la publicación de Las chicas se vio teñida de una pequeña pero importante polémica, relacionada con un periodista que en vez de hablar de su obra, prefirió hacerlo primero de su físico.



¿Pero acaso no es lógico? Acostumbrados como estamos a asumir que los escritores son señores con pipa, ¿cómo no iba a emocionarnos toparnos de frente con una chica como Cline? ¿Cómo no iba a hacer saltar por los aires todas las ideas que teníamos sobre lo que debe o no debe ser la literatura?



De verdad, no me lo explico.



@lunamonelle