Marta Sanz

Hace algunos días presenté en Madrid el muy recomendable último ensayo de Victoria Camps, Elogio de la duda, publicado por Arpa, editorial abanderada por Joaquín Palau y su hijo Álvaro. Al preparar la presentación me di cuenta de que, leyendo el texto de Victoria, maleaba sus ideas como si fueran plastilina y me las apropiaba llevándolas a mi propio espacio. Dialogaba y discutía con el texto. Lo deformaba. Como resultado de ese maravilloso proceso, me quedo con algunas intuiciones que quiero compartir con el lector de esta columna. Camps cita a Spinoza: "Todas las nociones por las cuales el vulgo suele explicar la naturaleza son solo modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino solo la contextura de la imaginación." La contextura de la imaginación, esquemas, prejuicios, ídolos baconianos, frames of mind, que construyen el pensamiento. También la carne, porque tal vez todo acaba en la materia cerebral, y el universo y las ficciones se acaban y habitan en los aneurismas y las sinapsis, y racionalismo, idealismo, las religiones, no serían más que formas del materialismo y la fisiología...



La segunda intuición se relaciona, otra vez, con el hecho de que cada lector se lleva su lectura al territorio de sus intereses. Como escritora que se ha dedicado a la autobiografía rescato una idea que Camps, a su vez, traslada de Montaigne: el autoconocimiento como forma de aprender a vivir y como conciencia de la propia vulnerabilidad que, por una parte, da sentido a la democracia y, por otra, coloca los relatos autobiográficos en las antípodas de la vanidad. Cuanto más introspectivos somos más profundizamos en el conocimiento de los otros. Con estas dos iluminaciones, sospecho que todo el pensamiento es hipocondriaco y que el cosmos cabe en un lunar de mi cuerpo.