Image: Nuestro grotesco cotidiano

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Opinión

Nuestro grotesco cotidiano

7 octubre, 2016 02:00

Gonzalo Torné

Para algunas cosas el tiempo pasa muy lento y para otras rapidísimo. No me había dado ni cuenta y de repente reparé en que hacía diez años que mis dedos no pasaban la página de un tebeo. Y sigo sin pasarlas porque aunque he vuelto a sumergirme en la lectura me he decidido por las versiones digitales. Después de bastantes horas invertidas me asaltan dudas de que haya estado leyendo, o leyendo como leía antes.

Como saben los aficionados el del tebeo es un arte secuencial (como la columna de Trajano, para que me entiendan los eruditos), y si el guionista y el dibujante tienen cierta conciencia de su arte tanto el uso del scroll como la lectura de una página impar asilada, sin su hermana par, altera el ritmo de la narración que, como sucede en cualquier novela, coincide con el del sentido. Hay tebeos adaptados para la tableta y otros formatos, pero los programas que he usado para leer números antiguos han sido insatisfactorios, la tecnología provocaba una merma en la lectura. Total, que pese a las continuas mortificaciones de la indisponibilidad, me he vuelto al papel.

Reflexionando un poco sobre mi fracaso he terminado preguntándome: ¿no han pasado demasiado deprisa nuestros intelectuales de guardia de defender aquello de que ‘el medio es el mensaje' a asegurarnos que daba igual el medio, que un libro o un tebeo o una película eran exactamente lo mismo, y se leían igual, en un formato o en otro?

Ambos cacareos son inercias que conviene discutir, pero el mantra de que el formato es un soporte neutro, que no incide en la lectura, es especialmente astringente, sencillamente porque es una trola como una casa, y defenderlo nos obliga a un esfuerzo imponente para negar la propia experiencia. Dejemos el papel y vayamos a las pantallas, al cine, en concreto. Un apunte previo: creo que el medio es más importante cuanto más consciente es de su trabajo (cuanto más ‘artista' es) el director, cuanto con mayor tenacidad explora lo que en otra época se hubiese llamado las posibilidades del medio.

Imaginar qué ‘experiencia estética' puede extraer alguien que vea por primera vez una película de Tarr, Kurosawa o Angelopoulos en una tableta o en un miserable iPhone casi da mareo. Creo que lo más justo sería decir que así apenas ‘consultamos' las películas, la misma sensación que tengo después de mirar un tebeo u hojear un libro importante por alguna pantallita: que más que leerlo lo he consultado.

Si la palabra ‘consultar' no les gusta, aceptaría que se trata de una lectura siempre que se le añada algún distintivo, por ejemplo el adjetivo grotesco. Esta palabra de uso popular remite a un estilo extravagante, irregular, grosero y de mal gusto… Justo como le parecieron a Vasari la decoración de unas cuevas recién descubiertas en Roma. Pero si hay que hacer caso al gran estudioso del arte popular M. Bajtin el origen del término tendría un origen curioso: los descubridores de las cuevas miraron por primera vez la "grotta" desde el ángulo sesgado de un agujero, fue la artificiosa perspectiva la que producía las irregularidades; de manera que, siempre según Batín, eran las mismas "condiciones de observación" las que merecían ser calificadas de groseras y de mal gusto, y no el diseño de las pinturas. Quizás forzarse a ver películas pensadas para espacios amplios en pantallitas, tabletas o monitores de PC sea ya nuestro grotesco cotidiano.

@gonzalotorne

Tlon, Uqbar, Orbis, Argleton...

Seguro que han oído hablar de las ciudades fantasmas, incluso habrán visto fotos donde aparecen esqueletos de estructuras abandonadas en páramos. Pero no todas son iguales: convendría distinguir cuidadosamente entre las que han alcanzado dicho estatus tras un proceso prolongado de desgaste (o por la irrupción de un fenómeno natural devastador) y las que son fruto de las especulaciones de la codicia, a las que mejor haríamos en llamar "ciudades nonatas". Mención aparte merece Argleton, un fantasma de una especie curiosísima. Registrado en Google Maps, usted podría enviar allí su curriculum (hay constancia de actividad comercial) pero si se trasladase físicamente a las coordenadas estipuladas no encontraría casas ni edificios, solo un reluciente "pasto verde" al mejor estilo de la campiña inglesa. ¿Quién ha puesto Argleton en el mundo digital? Las hipótesis son plausibles, pero confusas: ¿un error? ¿una marca para detectar a piratas y "copiotas"? Podría ser, pero hay quien ya apunta a una sutil invasión digital. ¿Un disparate? Quizás, pero algunos ciudadanos ya han empezado a reclamar muy en serio: al fin y al cabo, si Google Maps lo dice lo suyo sería edificar Argleton cuanto antes.