Image: La vertiente más idiota

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Opinión

La vertiente más idiota

21 octubre, 2016 02:00

Gonzalo Torné

"Cada día me encuentro con textos de mi cuerda que tienden al extremo. Y dudo: ¿discuto con el autor con el que tengo en // común los puntos básicos, o lo dejo porque lo que debería es confrontar la postura contraria. Pues no lo sé… // Y me pasa con todo: economía, feminismo, redes sociales…", esta reflexión articulada en tres tuits no es de mi cosecha sino de @Narbiz, usuario de Twitter al que no conozco personalmente y al que sigo porque además de saber y compartir muchísimas cosas sobre tebeos (y de manejarlas con un gusto excelente), cuando opina sobre otras cuestiones me transmite esta agradable sensación de que "con este hombre podría llegar a entenderme".

La reflexión del tuit es interesante en sí misma: repara en la impresión de que a veces nos dan más trabajo los que supuestamente pertenecen a nuestra trinchera que los adversarios circunstanciales, incluso más que los enquistados, con los que no vale otra persuasión que tratar de imponernos.

Pero al leer el argumento pensé también en otra cosa: en Twitter (o en las sesiones de prédica televisiva que por un atavismo colindante con la superstición seguimos llamando telediario) la reiteración de opiniones puede llegar a indisponernos incluso con nuestras propias convicciones. La ventaja de esto es que el contacto con la versión más extremada o grotesca de algunas de nuestras ideas debería ayudarnos a que las mantengamos en una zona templada. Dicho de otro modo: las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de descubrir a qué temperatura dejamos de sentirnos cómodos con nuestros propios juicios o creencias.

Pero, ¿qué ocurre cuando escuchamos las voces que salen de la trinchera contraria? ¿Qué pasa cuando vemos multiplicadas las posiciones que nos disgustan o las ideas que no toleramos? ¿Qué versión escogemos para debatir: la mejor articulada, el enunciado dónde es sencillo presumir que se esconde una cabeza capaz de matizar, o la pura caricatura? Mi impresión es que con frecuencia en las Redes Sociales para rebatir algo que nos disgusta seleccionamos a uno de esos usuario con vocación de seudónimo cómico, que parodia involuntariamente aquello que defiende. Al fin y al cabo incluso la idea más fecunda o digna puede expresarse de una manera insoportable. Para quedarse uno tranquilo y propiciar que se propague por el sistema nervioso el elixir reconstituyente del "tener razón" decidimos afrontar la discusión por la vertiente más imbécil.

Reconozcamos que la tentación es casi irresistible. Discutir, cansa; ganar, mola. Yo mismo tengo localizados a varios tontainas cuyos espectáculos de fatuidad y resentimiento no solo me facilitan la ‘victoria' sino que me evitan la incomodidad de confrontarme a las versiones más matizadas de los argumentos que me disgustan, que no solo no puedo borrar de un plumazo, sino que me sitúan en una posición incómoda, pues en ellos se manifiesta lo que tiene de atendible cualquier posición, los residuos más complicados de evaporar. Una clase de inquietud (la de que el otro tiene razones además de miserias) que contribuye, y mucho, a la madurez del propio pensamiento.

No puedo a asegurar que no recaiga, pero desde hoy me comprometo a abandonar la facilidad magnética de la vertiente imbécil; la próxima vez que me interese señalar las vacuidades anacrónicas de la vanguardia prometo dejar de lado la ‘literatura cuántica' e ir directo a discutir con las ideas C. Aira o K. Goldsmith.

Nuestra intensa medida

Constituye un notable recurso narrativo exponer las consecuencias de una serie de hechos antes de contar el acontecimiento seminal. Esta sofisticación narrativa proporciona densidad al pasado y carga de emoción el presente. Nada menos que Dovstoievski emplea esta estrategia en Los demonios, un mundo donde todo parece haber ya sucedido, hasta que la maquinaria vuelve a ponerse en marcha, y de qué manera. La mayoría de series estadounidenses mejoran mucho si uno se salta los primeros capítulos, la narrativa (por lo común bastante trivial, al servicio de los pedestres giros de la trama) se vuelve más enigmática y compleja, sutil, pruébenlo. Tengo que desarrollar más la idea, pero empiezo a tener la misma sensación con las noticias: recibo primero los efectos en forma de opiniones, matizaciones o el consabido escándalo. Total, que me imagino acontecimientos fabulosos que justifiquen tal despliegue de emoción y argumentos, y cuando voy a los hechos (esto es: a la descripción con apariencia objetiva que llamamos noticia) qué palideces, reiteraciones y anemias. Voy de decepción en decepción, vaya birria de realidad, suerte que estamos los comentaristas digitales para redimensionarlo todo en su intensa medida.