Image: Hacerse un Murakami

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Opinión

Hacerse un Murakami

4 noviembre, 2016 01:00

"LLevamos unos días respirando tranquilos. El Nobel tampoco ha premiado este año a H. Murakami". Así se hubiese podido resumir (un año más) el sentir general de las redes tras el fallo del premio. Pero, ¿por qué ha despertado tanto rechazo Murakami? Se trata de un notabilísimo narrador, capaz de "tejer atmósferas inquietantes", con el raro talento de conectar con los temores del "inconsciente colectivo". De ninguna manera se le puede confundir con los productores de best-sellers o los orfebres del género negro, tampoco escribe autoayuda encubierta y, además, Kenzaburo Óe dice de él que es un hombre muy simpático y educado.

¿A qué viene entonces tanta broma en las redes? Antes de explicarlo habría que precisar mejor el sentimiento: no se trata de un desprecio ni de un rechazo frontal (qué diferente reacción si el favoritismo revolotease sobre Paulo Coehlo), sino más bien un presentimiento de decepción cuando sentimos la amenaza de que su nombre se integre al Nobel.

Los motivos me parece que son dos: en primer lugar que si uno ha leído prosa a fondo, con dedicación y entusiasmo, sabe que el modelo resultón y meritorio de Murakami está un par de escalones por debajo de por lo menos una veintena de novelistas. Para los lectores no se trata de una cuestión de gusto sino de grado: los escritores que preferimos son muy superiores en ofrecer una imagen compleja del ser humano y del mundo en el que vivimos. (Para que me entiendan los futboleros, sabios elitistas del balón: es como si a ellos el canal de moda televisivo tratase de convencerlos de que esta temporada es preferible abonarse a la segunda división, ¡qué mezquindad no compartir la alegría que sienten los hinchas de estas ciudades hacia sus equipos!).

El segundo motivo es que para muchos lectores el Nobel importa. No se trata de que el premio sea caudaloso ni que lo den en Suecia ni que el mundo exterior (dentistas, peluqueros, empresarios) le presten cinco minutos de atención a las cosas que nos conciernen a diario (otros premios inducen a los aficionados a no salir de casa para no tener que hacer pedagogía y ayudar distinguir entre ambición literaria y cuenta de resultados). Sencillamente, somos lectores que entendemos que el Nobel es un aliado en la defensa de la complejidad. En una sociedad donde es imposible hablar como un adulto en la televisión, en la mayoría de radios y en la mitad de las páginas de los periódicos, y dónde si te descuidas incluso los periodistas especializados confunden escribir con narrar o con moralizar resulta emocionante que un altavoz como el Nobel insita en premiar a escritores que solo de manera aparatosa pueden resumirse en un puñado de frases, algunos de ellos tan imprevisibles como Svetlana Alexiévich o en su momento Wislawa Szymborska.

Quizás desde esta perspectiva pueda entenderse mejor (sin recurrir a elitismos, desprecios, gremialismos, puritanismos, conservadurismos y demás patochadas) por qué a tantos lectores de poesía les ha supuesto una decepción que galardonasen a Bob Dylan: la insufrible distancia entre los poemas del premiado (las antologías trovadorescas no suenan) y lo que la poesía, en particular la estadounidense, es capaz.

A los lectores de novela se les puede haber pasado por alto, pero para los happy few es meridianamente claro: por muy simpático que nos caiga Dylan y por inolvidable que fuese aquel verano que lo escuchamos, la Academia nos ha colado un Murakami de libro.

@gonzalotorne

La aleación

A veces entre escaramuzas alguien con juicio emplea las redes para proponer un debate de fondo. Esta semana Isaac Rosa entraba a saco desde su cuenta con un asunto por el que ya hemos revoloteado aquí: ¿es la "indiscutible calidad" de las series el gran consenso cultural de nuestros días? Pese a que Rosa se toma la molestia de recordar que no cree que, a priori, una película o una novela valgan más que una serie, no se libra del chapuzón: "elitista, snob, petulante, clasista…" ni, faltaría más, del comodín del público insultante: "cuñao". En su articulada respuesta Rosa compara las prisas (casi las ansias) del seriéfilo por intelectualizar sus gustos con aquella marejada insoportable que trataba el futbol (desmereciéndolo) como un género artístico chico. La trampa es que se trata de una ‘intelectualización' que en lugar de promover el debate lo blinda, pues viene revestido de la emoción de experimentar una Edad de Oro, en primera persona, como protagonista. ¿No será esta aleación de teorías precipitadas y emociones burbujeantes lo que vuelve "indiscutible" el asunto?