Image: Miradas tristes

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Opinión

Miradas tristes

18 noviembre, 2016 01:00

Gonzalo Torné

La semana pasada les hablaba de la invasión digital de los manuales para "confeccionar" novelas. Resumiendo: en la red se pueden encontrar a día de hoy cientos de consejos (en varios idiomas) sobre cómo escribir una novela decente, equilibrada, bien medida, sin excesos. Una cosa previsible y sin sobresaltos, a la que no le falte ni le sobre un personaje, donde todo quede bien explicado y ni un cabo suelto: el patrón oro de la mediocridad narrativa.

Sin abandonar el día de hoy también podemos asegurar que las enseñanzas predominantes en esta clase de manuales (un poco como esas máquinas de las que según se dice serán capaces de "terraformar" la atmósfera de Venus o Marte) han empezado a proyectar su energía sobre las reseñas de crítica digital, conformándolas a sus parámetros.

Les reto a que encuentren un portal de reseñas donde no salten a los ojos expresiones como "excesivo", "extraño", "impropio" o "innecesario", todas empleadas en un sentido peyorativo, cuando no de regañina o de manifiesto disgusto ("qué más nos gustaría que aprobar la novela con la ilusión que se nota le ha puesto", parecen decirle los criticastros al autor). Tanta es la unanimidad que todos los portales que consulto podrían competir con garantías por llamarse ‘El lecho de Procusto', animados como acuden sus gestores a la tarea de mutilar cuanto sobresale de los parámetros adecuados de la novela correcta susurrados por los manuales de confección.

El fetiche oficioso de esta clase de juicios (es decir, la autoridad que se cita con mayor frecuencia) es la famosa afirmación de Chejov: "Si aparece una pistola en el primer acto, tiene que dispararse en el quinto". Frases (existen por lo menos tres variantes) que probablemente no dijo (o se las soltó a un pelma mientras se atracaba en Biarritz) y de la que en cualquier caso no hizo el menor caso en sus feroces relatos: caprichosos, imprevisibles, plagados de irrupciones inesperadas, personajes que no sabe muy bien qué hacen allí y amplias zonas misteriosas...

El peligro o la pérdida es doble. Por un lado, es de temer que se ejerza una presión leve pero constante sobre los novelistas, que terminen ellos mismos mitigando (cuando no cercenando) todas sus audacias y originalidades para escribir novelas tan "intachables" desde el punto de vista del manual de confección como pesadas de leer para el lector con un mínimo sentido del riesgo y la aventura.

Por otro lado, el lector educado en esta clase de crítica ¿no corre el riesgo de abotargar su mirada, de achatarla irremediablemente? Si repasamos la lista de novelas más prestigiosas del siglo XX (incluso del XIX, basta pensar en las desordenadas afluencias de personajes en Dickens, en las interpelaciones de George Eliot, en las pesadillas de las Brönte) veremos que están plagadas de salidas de tono (por no hablar a zonas resistentes a una interpretación nítida) ante las que lo más conveniente no es sacar la tijera, sino asombrarse y pensar por qué el autor ha tomado esa decisión. Dicho de otra manera: quien aprende a leer bajo este sistema tan restrictivo corre el riesgo de transformar de manera inmediata y algo rumiante todo rasgo de originalidad en un error de confección. O si se prefiere: quien así lee, sencillamente, no se entera de nada.

@gonzalotorne

Ciegos de moralina

Como bien saben sus usuarios las Redes Sociales se convierten algunas tardes en algo bastante parecido a un concurso de moralina. Si en Facebook lo que predomina es quedar bien a título personal (no dejar pasar un aniversario ni un santo), en Twitter parece que no te van a renovar si no clavas una banderita de ‘denuncia' al día. La última moda en escándalo moral la practican mucho sociólogos, politólogos, columnistas y gentes de la cultura especialmente sensibles. Se trata de cerrar la puerta (y tapiar los huecos) a la menor insinuación de que las personas pueden tomar decisiones (por ejemplo: decidir su voto, votar por los libros de la década) azuzados o en connivencia con su ignorancia o su estupidez. Este asombroso presupuesto sin duda les ayudará a sentirse mejores personas pero también es un indicio de que no saben en que mundo viven (mal indicio cuando tu trabajo consiste en ayudarnos a interpretar el mundo). Peor aún, si lo hacen empujados por una simpatía benevolente, el primer mandamiento de un "científico social", ya no digamos de un artista, es no tratar a su público como niños y no falsear con tanto descaro.