Image: Salir o no salir

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Opinión

Salir o no salir

2 diciembre, 2016 01:00

Gonzalo Torné

A estas alturas parece probado que uno de los mayores retos a los que se enfrenta el intelectual en la Era Digital es a salir de casa. Si la evidencia no termina de imponerse muy probablemente sea porque el foco de la prensa (que equivale al de 'la atención') suele situarse sobre un elemento muy particular y especializado de la comunidad: el artista con obra; sujeto que como todo el mundo sabe vive entregado a una existencia itinerante: de bolo en bolo, y de mesa redonda a festival (¡festival!) literario hasta el desgaste definitivo. Un frenesí viajero que despertaría la envidia de los cómicos de la lengua.

Una mañana que me decidí a salir me encontré con Rodrigo Fresán y nos pusimos a conversar admirativamente del segundo volumen de Los diarios de Emilio Renzi. Puesto a buscarle tres pies al gato señalé que en ocasiones la agenda de su protagonista rozaba lo inverosímil: a las cuatro se veía con X, a las cinco se cruzaba con Y, y a las siete todavía le quedaba tiempo para encontrarse con W y esquivar al irascible I. Fresán (que sostiene un discurso muy persuasivo contra las redes sociales y sus activas banalidades) me señaló (no con estas palabras) que esa ‘inverosimilitud' era un efecto retrospectivo, y que provenía de cierta deformación de las costumbres: antes de la Era Digital a ningún lector le hubiese parecido extraño que un personaje o un narrador supiese con bastante exactitud dónde y a qué hora podía encontrarse con sus colegas, pues una de las actividades intelectuales del día (algo así como la prolongación del estudio o la escritura) era salir y verse con maestros, aspirantes y colegas.

Exagerando: ¿para qué vamos a salir hoy en día de casa? Ya no es solo como decía Proust que "la conversación del mundo siempre es la misma", y que uno necesita periodos de retiro para no agotarse; la red nos pone al alcance a un precio bajísimo toda la música del mundo, entrevistas sin fin, abismos de conferencias, bibliotecas enteras de tebeos, un siglo saturado de cine; por virtud de las Redes Sociales tenemos acceso directo a nuestros interlocutores favoritos, a veces salvando grandes extensiones de terreno, sin apenas necesidad de coordinar agendas, reservar restaurante, aguantar al servicio incontinente, o una mesa de gritones podemos intercambiar opiniones, sentenciar libros, arruinar reputaciones, trazar planes y bromear... vamos, lo de siempre, con una economía prodigiosa de tiempo, y en las condiciones más confortables.

Más o menos demostrado que la Red ha contribuido a provocar cierta anemia en los careos sociales y la deforestación de las tertulias, ¿podemos atribuirle otros cambios en las antiguas costumbres de nuestra tribu intelectual? Personalmente me despista mucho un fenómeno al que se podría llamar de manera tentativa "la paradoja de la presentación". Porque, vamos a ver, si tanto nos cuesta salir de casa, ¿cómo es posible que no haya día en Barcelona (y me imagino que lo mismo pasará en Madrid, en Valencia o en Sevilla) que no se superpongan tres o cuatro presentaciones de libros? Lo sencillo sería recurrir a la infatigable vanidad de los autores, pero creo que el asunto tiene algo más de miga, y merece una investigación detallada.

@gonzalotorne