Gonxzalo Torné

LLamo "paradoja de la presentación" a la proliferación inusitada de presentaciones de libros, que en las grandes ciudades (según el baremo peninsular) pueden alcanzar en una misma noche guarismos intimidantes, justo en el momento en que el arte libre de derechos y a la conversación a grandes distancias es tan accesible desde casa que podría decirse, exagerando, que la Red ha desforestado las tertulias y podado los alicientes para salir de casa con el propósito de intercambiar opiniones y gustos.



La paradoja es un poco tramposa, porque si contamos a los asistentes de las presentaciones enseguida llegaríamos a la conclusión de que la mayoría de ciudadanos que no están directamente concernidos (amigos, colegas, empleados) prefieren quedarse en casa. Los motivos de esta eflorescencia de presentaciones seguro que son variados, pero enseguida se me ocurren tres: la superproducción de títulos, la alegría que a los autores les da hablar en público de sus libros (y celebrar el fin transitorio de tanto esfuerzo), y la constatación de que en tiempos de crisis una presentación le aseguraba al librero cierta afluencia (muy de agradecer en las oscuras tardes de miércoles) a su tienda a un coste cercano a cero.



Un cuarto motivo sí está directamente relacionado con las redes: gracias a la circulación de links y a la concentración de comunidades con los mismos intereses la presentación actúa como una suerte de spot del libro, sin la pesadez de la publicidad. El libro no solo suena, sino que se asocia con un nombre (el del presentador) que puede actuar como gancho para la lectura.



Quizás la auténtica paradoja sea que los editores no empleen los recursos de la Red para sacar mayor rendimiento publicitario a las presentaciones. Tienen en su mano los recursos para subsanar los dos principales defectos de esta clase de acto: la distancia y la extensión. Uno no siempre está en Madrid, Barcelona, Zaragoza o Sevilla cuando debería, y muchas tardes tampoco tiene ganas de tragarse hora y media (a menudo dos) de charla de interés oscilante.



Lo de la distancia quedaría subsanado sin mayores problemas subiendo los videos un tiempo prudencial después (por la suspicacia, un tanto desnortada, de no fastidiar la asistencia), pero quizás lo más interesante sería editar los videos para subsanar los pasajes más tediosos, o los momentos menos inspirados. Un condensado de cinco o diez minutos sería una píldora publicitaria estupenda, animaría a acudir a otros actos del mismo presentador (los hay muy buenos), induciría a los participantes a esmerarse, y con el paso del tiempo que todo lo desbarata, pero que también afirma el valor de algunos libros, se incrementaría el interés de algunas piezas.



¿No nos gustaría ver la presentación del último libro de Gil de Biedma, ver la secuencia de Premios Herralde, escuchar a autores latinoamericanos presentados con cierta timidez y que ahora son conocidos en medio mundo? Y si somos insensibles al fetichismo: ¿no despierta un morbo saludable ver en qué códigos de recepción se presentaron algunos libros o cómo se pretendió codificar la lectura en un primer momento?



Las posibilidades están allí y el género perfilado, a ver quién se anima a la tarea.



Publicar a diario

Hace mucho que no se escucha, pero ¡lo escuchamos tanto¡: "Se pasan las horas en Facebook, esta joven generación, nunca escribirán como Tolstoi". Siempre me pareció una ingenua hipocresía porque los escritores (como cualquier otro gremio) nunca han ido faltos de distracción: el que no iba al bar acudía a la oficina, al que no le daba por nadar se hacia enfermero o se dedicaba a masacrar tártaros. Pero ahora que nadie habla del caso percibo un repunte (un poco más sutil), que no afectaría tanto a los aspirantes como a los talluditos, de treinta y tantos en adelante. Muchos colegas hablan de su actividad en las redes como "publicaciones". ¿Y no es uno de los motivos para seguir escribiendo la emoción (que durante las travesías como inédito pudo confundirse con un vacío o una ansiedad) de publicar? ¿No es para recrear esta "emoción" (y por ver la obra terminada, claro está) por los que entregamos muchas horas de tarea sin el menor feedback? ¿Y no vaciaremos de contenido esta fecunda expectativa si la escritura y la publicación (y los pequeños aplausos) se vuelven algo tan cotidiano como saludar a los vecinos?