Image: La peor viuda

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Opinión

La peor viuda

23 diciembre, 2016 01:00

Luna Miguel

Tras el funeral, destruyó algunas páginas de sus diarios. Sobre todo aquellas que dibujaban los últimos días de su vida. Dijo que lo hacía porque eran "aburridas", o quizá "por respeto a los niños", o quizá porque "estaban mal escritas", o quizá porque tenía miedo de que su nombre apareciera en ellas, teñido de odio.

Nadie lo sabe muy bien, porque las historias a propósito de esa censura tan íntima han pasado de boca en boca, de folio en folio, de cuchicheo en cuchicheo hasta convertirse en una bola. Hasta convertirse en el escupitajo que supone hoy día hablar sobre aquella pareja eléctrica. Sobre aquel matrimonio tumultuoso. Aquel amor roto.

Tras el funeral, guardó sus poemas, luego los aireó y luego los estiró como chicles. De este modo, las tijeras que habían recortado la libertad de un cuaderno, sirvieron para reconstruir una obra literaria que desde entonces pasaría a ser el mayor de los tesoros.

Qué ironía. Qué risa saber que la peor viuda literaria de la historia fue la que por un lado mintió, machacó y asfixió a su cónyuge, y la que por otro se ocupó de construir cuidadosamente la heroicidad y la literatura de su pareja fallecida.

No fueron ni María Kodama, ni Carolina López, ni siquiera Susana Rivera. En verdad, la despechada más sanguinaria de todas, la bruja con más tentáculos del universo y de la poesía no fue otra que Ted Hughes. Así, con sus manos negras como cuervos, la peor viuda pasó a la historia como una sombra. Como una mancha laureada e inteligente a la que le salvó ser también (muy buen) poeta, y a la que se le perdonó todo por el hecho sencillo de ser un hombre.

¿Y quién va a cuestionar entonces a una viuda-macho? ¿Quién va a castigar a una viuda que hasta el último momento de su vida escribiría cartas de amor desde el arrepentimiento y el recuerdo a su maldita Sylvia? No importa. Aquí aún queda espacio para lanzarlo todo al mismo saco.