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Cadenas de duelo
Gonzalo Torné
No falla. Cada vez que se nos muere un famoso (uso el plural porque los famosos son un poco de todos) las redes sociales se nos llenan de emisiones de duelo, de pelaje muy variado. Hay quien escribe un pequeño texto (escanciando los méritos del personaje o regalándonos alguna pincelada de su relación con él), quien sube una foto (curiosa o emblemática), quien se despide, quien formula un chiste respetuoso, quien expresa su gratitud...El año ha sido especialmente sañudo con músicos pop y actores estadounidenses, que vienen a ser los grandes famosos del siglo (los políticos quizás tengan una presencia más constante, pero enseguida se disgregan en el olvido, carentes como están de la cohesión que proporciona la gratitud, y siempre tan sospechosos de ejercer el grotesco papelón de muñeco de ventrílocuo). Y tengo además la sensación de que no hay otros famosos que puedan relevar con garantías a esta generación que adquirió su fama entre los setenta y principios de los noventa; que ciertas extensiones de la popularidad van a ser inconcebibles en un mundo donde los canales (televisivos, radiofónicos, virtuales) se han multiplicado, bifurcando casi hasta el infinito los caminos que puede recorrer nuestra curiosidad, fermento de los futuros afectos.
Este duelo colectivo despierta numerosos recelos y no pocas críticas abiertas. Hay quien asegura que tales "cadenas de duelo" están demasiado sobreactuadas y no falta quien señala su melosa cursilería. La primera acusación parece un buen dardo pero, ¿en qué diana vamos a clavarlo? La responsable de esta sensación de exceso es la "acumulación", pero no tiene un autor claro, pues raramente nos encontramos con un usuario que reitere machaconamente su duelo; esta "autoría diseminada" nos sitúa en la ingrata posición de censurar en bloque el propio funcionamiento de las redes. Lo de la cursilería es tan difícil de discutir como de tomarse en serio: cuando se trata de enfrentar la inmensidad (por ser solidario con el estilo meloso) cada uno hace lo que puede.
Se dice que en el momento mismo de ser elevados a la categoría de Césares alguien se encargaba de susurrarle al oído del futuro emperador del mundo: "recuerda que eres mortal". No sé si la anécdota es cierta, pero descansa sobre la creencia de que quienes piensan en la muerte, quienes recuerdan a menudo que los otros son frágiles y se rompen, son más aptos para la convivencia.
Tenemos una relación rara con la muerte: se supone que la apartamos de nuestras vidas, que no queremos saber nada de ella; pero nuestras ficciones (populares) están saturadas de muertes, sin apenas coste, instantáneas, un tanto caricaturescas. De manera que uno no sabe bien si estos dos aspectos (el no querer mirar y el verla por todas partes) se contradicen o se refuerzan: si la reiteración de muertes ficticias no contribuye a anularla, a enajenarnos de sus efectos, como la nieve artificial que complace al ojo, pero no propaga el menor frío.
Como ya hay bastante certidumbre de baratillo no me importa empezar el año con algo de incertidumbre. No estoy del todo seguro que pensar con cierta frecuencia en la muerte nos haga mejores ciudadanos (creo que sí), y no tengo la menor idea de si estas prolongadas cadenas de duelo contribuyen a una reflexión provechosa sobre nuestra condición finita o a la caricatura.
Ya veremos.