Gonzalo Torné

No puedo decir que me haya sorprendido que la prensa digital (y muchas cuentas de Redes Sociales que sigo) al recibir Isabel Clara-Simó el Premi D'honor de Lletres Catalanes hayan titulado, o subrayado por encima de todo, que era la quinta mujer en ganar el galardón. Lo significativo es precisamente la falta de sorpresa: la naturalidad con la que si una mujer gana un premio, de lo que sea, lo más importante sea contar, numerar, integrar enseguida a la escritora en una serie que por escasa manifiesta casi siempre una denuncia como mínimo conveniente.



Nunca se me ha ocurrido un motivo de peso para leer a Clara-Simó (como nos pasa con la mayoría de escritores vivos, que son legión) pero supongo que se trata de un individuo con un proyecto literario personal, que difícilmente se agote en la justa batalla por la visibilidad de las mujeres, y cuya obra es muy probable que esté recorrida por intereses y tensiones ajenas al feminismo, y digo probable porque en los artículos digitales no hay manera de enterarse de cuáles son los temas y ambiciones de Clara-Simó. ¿No son un poco injustas con los prolongados esfuerzos del autor estas carreritas para ser el primero en tocar la campana de la representación de género? ¿Puede resolverse un premio a toda una carrera ejecutando un movimiento de peón en una batalla tan amplia? Y si se tratase de un juez, o un médico o la profesión que sea, todavía... Pero, ¿una novelista, no se supone que los de nuestro gremio trabajamos en tensión con las categorías que supuestamente nos contienen?



Se me dirá que como soy blanco, heterosexual y varón no me entero de nada. Y es cierto que no hubiese escrito este artículo de no haber experimentado hace poco los incómodos placeres de la cuota. Durante la promoción de mi anterior novela en los Estados Unidos (sobre todo las primeras semanas) la lectura estaba enmarcada (y decantada) por la etiqueta de "escritor español", cuando no "latino" (incluido en la aberración cotidiana de lo "latinoamericano": treinta y tres países, nada menos). Aunque sabía que gracias a la cuota y a esos espacios ganados en el mercado americano por mis predecesores "latinos" podía disfrutar de algo de visibilidad, creo que no me quedó ni una célula que no se rebelase contra aquella forzada representatividad.



Lo planteo más como un asombro que como una crítica, no sin antes insistir en que el problema de la igualdad entre varones y mujeres es mucho más grave y perentorio que mis incomodidades locales, pero ¿de veras están las novelistas cómodas al verse reducidas a un número en la lucha por la representación? ¿No agota (antes de empezar) o comprime o decanta de manera equívoca la lectura crítica de sus obras? ¿De veras hay que alegrarse siempre que una escritora gana un premio (las hay malísimas y tontas de caer de un burro)? ¿No hay premiadas cuyas ideas, sensibilidad y "arte" son incluso perjudiciales, no representan posiciones estéticas y políticas censurables? Algunas de estas tensiones, por cierto, parecerían irresistibles para cualquiera (hombre y mujer) con nervio novelístico. Y como no las veo aflorar en ningún sitio a ver si alguien responde a las dudas de este artículo y me entero de una vez.

Leer o hablar

Según la última encuesta del CIS, el 35% de los españoles no lee nunca o casi nunca. Libros o revistas es de suponer, porque según otra vertiginosa encuesta los adultos pasan una media de dos horas al día en Redes Sociales y los adolescentes (que no han aprendido los afeites del autoengaño) nada menos que nueve. Nueve horas al día, y aunque fuesen cinco, son muchas horas leyendo, pero esta pequeña nota no va sobre la calidad de lo leído (desde luego leer tuits no equivale a leer a Proust, pero hay muchísimos libros de variados géneros que tampoco sé bien qué valor humanístico y social atesoran), sino sobre lo asombroso de que no se considere a la emisión y recepción de tuits o de estados de Facebook "lectura". Soy un firme convencido de que este intercambio digital de contenidos se parece mucho más al binomio hablar/escuchar que escribir/leer, aunque seguramente merecería un estatuto independiente en el que hemos pensado muy poco, y es una lástima porque el tema es intrigante. Igual sería una buena manera de reubicar profesionalmente a los profetas del digital, últimamente tan de capa caída.