Image: El viajante

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Opinión

El viajante

10 febrero, 2017 01:00

El director de cine iraní Asghar Farhadi, sí, el de Nader y Simin, se ha negado a ir a la ceremonia de los Oscar para defender la nominación de El viajante a la Mejor Película de Habla No Inglesa. La política de inmigración del inquilino de la Casa Blanca le ha indignado y ha dicho que aunque le den una visa especial no piensa aparecer por la alfombra roja del Dolby Theater, que debía compartir con Maren Ade (¡cuidado con Toni Erdmann!), Martin Zandvliet, Hannes Holm, Bentley Dean y Martin Butler. El filme, que se estrena aquí en marzo, aborda las difíciles relaciones de una familia. Otro punto de fricción para una gala que se presenta calentita.

A ver cómo lo explico en corto, porque el asunto tiene miga. Acaba de publicar Impedimenta, en una "nueva" traducción de Mercedes Cebrián, Me acuerdo, de Georges Perec. El libro había sido traducido ya por Yolanda Morató (Berenice, 2006). Críticos (como Fran G. Matute) y traductores (como Jorge Fondebrider) han leído y comparado ambas traducciones, y el resultado no deja en buen lugar ni al editor (Enrique Redel) ni por supuesto a la traductora, que en esta su nueva versión parece limitarse a retraducir la anterior, a juguetear con los sinónimos, cuando no a calcar directamente la versión de Morató (notas, en algunos casos, incluidas), aunque por supuesto sin citarla. Tampoco la editorial la cita cuando promociona la novela en la contratapa con el título del prólogo que Morató escribió para aquella edición de Berenice: "Viaje a la memoria colectiva de un país". El asunto se ha enredado en las cuentas de Facebook de los implicados, tanto que Redel niega la mayor y le ha llegado a pedir a Morató que retire el post en donde se quejaba de la actitud de Cebrián y de él mismo. En fin, muy feo todo.

Mientras Trump sigue empeñado en mantener 1984 en lo más alto de la listas de los más vendidos, con más de medio millón de ejemplares vendidos en una semana (los mismos que normalmente se editaban en todo el año), Hillary Clinton ha abandonado su escondrijo para anunciar que está escribiendo para Simon & Schuster un nuevo libro de ensayos, aún sin título, en el que analizará las razones de su fracaso electoral, y que verá la luz en otoño.

Tras el éxito de su Farándula, la inagotable Marta Sanz tiene a punto nueva novela, Clavícula, que lanzará Anagrama el mes próximo. Parece, ay, que se trata de un texto autobiográfico en el que a partir de la aparición de un dolor se plantea, con grandes dosis de humor negro, si la enfermedad es real o psicosomática, biológica o social, o las dos cosas a la vez, para descubrir cómo el dolor puede terminar convirtiéndose en algo totalmente público, pero quizá no impúdico.

En el Trujamán, revista del Instituto Cervantes, Enrique Bernárdez reflexionaba sobre unos datos reveladores sobre traducciones: según la UNESCO, el alemán, el francés y el español son, por este orden, las lenguas a las que más libros se traducen, con bastante diferencia. Al inglés, que queda lejísimos, se traducen más o menos tantos libros como al neerlandés. Claro que la diferencia entre el número de lectores en uno y otro idioma es de varios millones. ¿Tiene sentido ese anglocentrismo? ¿Está la literatura en inglés replegándose sobre sí misma? ¿Está el mundo anglófono, como dijo el secretario del Comité de los Nobel, renunciando a participar en "el gran diálogo de la literatura"?