Gonzalo Torné
"Los mapas digitales son estupendos, pero cada vez cuesta más distinguir entre información y publicidad". La frase tiene algo de retórica: es indiscutible que cada vez nos asalta más "información no solicitada" (que es una manera pedestre, pero efectiva, de definir publicidad) cuando consultamos un mapa digital: bares, restaurantes, centros comerciales, gasolineras... Cierto es que esta publicidad flotante solo aparece cuando nos aproximamos con el cursor a la calle correspondiente y que se desvanece si nos movemos algunas travesías más allá, aún así es como si alguien insistiese en introducir un par de notas de su gusto en una canción conocida, una leve molestia. Si la tecnología y la manera de presentarla ya está aquí, ¿por qué no personalizarla de manera que toda la información esté orientada según nuestros intereses? Seguro que ya existen cientos de mapas temáticos pero estaría bien que alguien se preocupase de programar uno para letraheridos o culturetas.Clientes no le van a faltar. La cultura es un asidero para cualquier turista. Incluso siendo poco fetichista es improbable que uno no sienta algo de curiosidad por dónde paseaba Aristóteles, quemaron a Giordano Bruno, se tomaba el café Balzac o de dónde huía Joyce. La cuestión tiene también cierto interés público: cada poco tiempo alguien se lamenta (y con razón) del deplorable estado en que se encuentra la casa de Vicente Aleixandre o la de Carlos Barral; el mapa no mitigaría la vergonzosa inoperancia de nuestras públicas instituciones pero contribuiría a incrementar la conciencia del desatino.
Por motivos parecidos es casi imposible no sentir una sana envidia cívica al pasear por Londres y asistir a la puntual discreción con los que sus calles nos informan de quién vivió allí y qué cosas pasaron. No sé cómo será en sus ciudades pero en Barcelona esta clase de información es escasísima (a menos que por allí haya vivido algún músico menor), y queda mucho trabajo por hacer.
Ya puestos estaría bien que el mapa digital no solo consignase quién vivió en tal casa, compraba en tal plaza o se tomaba sus copas en aquel bar. También sería de interés que se pudiera ver simultáneamente por dónde se movían varios escritores o pintores o escenógrafos ilustres. Especular si se veían, si se encontraban, si se conocían, si sabían el uno del otro... Seguro que llegaríamos a coincidencias sorprendentes. Puestos a pedir también sería muy interesante que la información pudiera ofrecerse estructurada en décadas (o cuartos de siglo), y que pudiera superponerse. De esta manera tendríamos un palimpsesto cultural que nos permitiría intuir qué barrios de la ciudad y qué zonas eran las más activas en cada pasaje. Si hay recurrencias, abandonos, regresos... Al fin y al cabo, cualquier ciudad ya es, a su modo pedestre, una máquina del tiempo: el elemento estable por el que los humanos vamos apareciendo y somos consumidos por el tiempo.
Un mapa así propondría visitas de lo más estimulantes, más allá de las socorridas casas-mueso de algún figurón. Desde luego, para el que tenga un mínimo de interés artístico y sensibilidad temporal parece un recorrido mucho más sugestivo que el consabido despliegue de cadenas de comida rápida, centros comerciales y gasolineras.
@gonzalotorne