Image: Colonizados vocacionales

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Opinión

Colonizados vocacionales

10 marzo, 2017 01:00

Gonzalo Torné

Se cuenta de un pueblo antiguo que de tan deslumbrado como estaba por la joven metrópoli resplandeciente empezó a comportarse como una colonia cultural asediada por el más estricto control. Dada la estructura fractal de este voluntario indigenismo bastaría con fijarse en el subsistema literario para hacerse una idea del comportamiento global, pues en todos los sectores predominaba el mismo proceder sumiso. Veamos: académicos entregados a metodologías pensadas para otro cuadro social, grandes editores vaciándose los bolsillos por "revelaciones" sin contrastar, intrépidos editores independientes escardando tierras gastadas en busca de alguna recuperación innecesaria, críticos impresionados por reseñas escritas a miles de kilómetros (y sin enterarse mucho) sobre novelistas que vivían en el pueblo de al lado… tanta era la devoción que al cabo de unos años (no demasiados) los habitantes de la metrópolis, entretenidos en otras cosas, empezaron a recurrir a los archivos y medios de la entregada colonia para informarse o recuperar acontecimientos de su propia historia.

No, no se trata de la versión deplorable de una de las exquisitas invasiones borgeanas que con tanto celo custodia Maria Kodama, sino la versión exagerada de un "cuento" que estamos protagonizando ahora mismo, un poco entre todos.

Buena prueba de ello es la zapatiesta que se ha armado en Twitter tras la celebración de la gala o show donde se entregan los premios de la academia de cine estadounidense, más conocidos como Oscar (en el improbable caso de que no conozcan la anécdota del "apodo", no sufran, la cuentan cada año como si fuese nueva). Da igual que exista cierto consenso en señalar que esta academia y la industria que la sustenta son cada año más conservadoras y mediocres, da igual que las grandes favoritas de este curso hayan sido puestas a caldo en las redes… los mismos internautas acuden puntuales a comentar el espectáculo. Y es casi seguro que la arrebatadora chapuza con la que se cerró el show (y que atenta contra uno de los mantras recurrentes de los entusiasmas: el imbatible sentido del espectáculo de los estadounidenses) no influya lo más mínimo en la sentida entrega al show del año que viene.

Se me dirá que se trata de una inercia y que pasa algo parecido con el Festival de Eurovisión donde no participan los estadounidenses y sus industrias. Cierto. Pero tampoco puede negarse que la puntualidad rumiante con la que se nos informa de tanta nadería cultural metropolitana está erosionando nuestro conocimiento de lo que se cuece en otros países. ¿Hasta dónde debemos irnos para ver cine con vocación artística? ¿Hasta cuándo deberíamos remontarnos para que el panorama editorial nos ofreciese una representación tan pobre de lo que se está escribiendo en Alemania o en Italia, si prescindimos de los novelones negros? ¿Cuándo se hacen eco nuestros internautas de las polémicas culturales con sede fuera de nuestra metrópoli vocacional?

Unos cuantos amigos catalanes (ninguno nacido en Barcelona) me aseguran de manera recurrente que viven en una cultura colonial española. Sobre lo que cada uno siente no tengo nada que discutir, pero menudo susto se van a llevar los incautos cuando un atisbo de realidad los desvele de su sueño. Pobretes. O mejor dicho: pobres de nosotros.

Tus mejores fotos

Si usted es usuario de Instagram y quiere saber cuáles son las mejores fotos que ha colgado durante el ya extinto 2016 está de enhorabuena. Basta con visitar la página de 2016 Best Nine (https://2016bestnine.com/), introducir su nombre de usuario (sin arrobar) y darle a "Get" (otra condición: la cuenta deberá ser pública, a la vista de cualquiera, ya sea curioso o despistado). En un plazo de tiempo sospechosamente breve el programa no solo selecciona las nueve mejores fotos, sino que elabora con ellas un "collage" (aquí la publicidad se deja llevar por el estilo optimista: en realidad se limita a pegarlas de tres en tres). Al principio pensé: ¿de verdad necesita un usuario que le digan cuales son sus mejores fotos? Luego corregí: ¿qué puede satisfacer más nuestras ansias narcisistas que un jurado desconocido evaluando nuestro muro fotográfico? Y al final, la prosaica verdad: el programita se limita a buscar las fotos con mayor número de "me gusta". Lo que prometía ser una controvertida herramienta de "valoración estética" termina revelando otro triunfo sin épica de la mediocre estadística.