Image: Albert y Boadella

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Opinión

Albert y Boadella

24 marzo, 2017 01:00

Arcadi Espada

Cuando Albert Boadella salió al escenario de la Sala Negra de los Teatros del Canal para estrenar El sermón del bufón se produjo un hecho insólito: el público empezó a aplaudir. La cuarta pared se había derrumbado y por un momento no se supo si el que iba a hablar era un personaje o un hombre. El público no puede aplaudir a un personaje. El público solo aplaude, o silba, cuando cae el telón y los personajes, quitándose la máscara, desvelan al actor que hay en ellos. Todo juicio va dirigido al hombre que hay detrás de todo personaje: a su interpretación.

Pero la última obra de Boadella es especial, porque trata de la vida y obra de Albert Boadella y el que está en el escenario es Albert Boadella. La literatura no tiene mayor problema en estos casos: utiliza la primera persona del plural y todo resuelto (¡más o menos!). Sin embargo, la convención teatral es mucho más poderosa: cuando un hombre sale al escenario y dice Yo todo el mundo cree que está hablando Él. De ahí la rareza de la conducta del público del Canal, quizá motivada por los avisos sobre el carácter autobiográfico de lo que iba a representarse.

Lo interesante es que Boadella pareció tenerlo todo previsto. Aunque puede que por un segundo los aplausos le pillaran por sorpresa, supo encararlos: mandó que los recibiera y agradeciera el hombre que acto seguido empezaba a presentar a sus dos personajes: el Albert y el Boadella, los que a partir de entonces llevarían el peso narrativo de la función. El primero, el niño que sigue creyendo que el cochecito está en el pozo y el segundo, el hombre que sabe que el cochecito ya no aparecerá. De este modo sencillo y magistral, Boadella se atuvo a los axiomas de su oficio: jamás un hombre estará más que de paso por un escenario y jamás las verdades allí dichas corresponderán a otra verdad que la de los personajes exhibidos.

@arcadi_espada