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La hora del editor
Gonzalo Torné
Pues ya está, ya puede decirse. En la Red lo encontramos todo. Bueno, todo, todo, no, pero por lo que se refiere a "textos" podemos decir que vamos camino de acceder a casi cualquiera que tenga relevancia literaria. Los anglosajones, laboriosos y acaudalados, ya tienen a casi todos sus poetas y novelistas a disposición de los lectores. Buena parte de los más de cincuenta mil artículos de la Enciclopedia de Diderot están disponibles en francés. Y también la poesía completa de Goethe puede leerse en una sola página, visitadísima, para desafiar a quienes aseguran que los "artículos largos" no tienen futuro. Basta con añadirle tiempo a la ecuación, unos cincuenta años, decisivos para las vidas de quienes me estén leyendo, pero insignificantes para las cuentas de la humanidad. Apenas quedarán fuera los textos más cercanos, protegidos por las leyes de la propiedad intelectual, que de todos modos pueden encontrarse sin mayores dificultades en los sótanos de la piratería.Bueno, y ahora que todos los textos están a "disposición" quizás sea un buen momento para interrogarse sobre el papel de las editoriales que no se dedican a publicar novedades. Una posible respuesta me ha llegado mientras leía la edición (precisa, servicial, audaz e inteligentísima) que Juan Andrés García Román ha hecho de la poesía del romanticismo alemán: Floreced mientras. En la que parecía que iba a ser la página menos estimulante de este libro de las maravillas, la dedicada a los aspectos generales de la edición, se puede leer lo siguiente: "Mi intención no ha sido hacer una antología total y definitiva, sino una muestra digna y válida, un libro sin pretensión enciclopédica; hoy en día, dadas por las posibilidades abiertas por los contenidos en la red y sus ventajas, esa responsabilidad corresponde tal vez más a aquella parte, generalmente tan irresponsable, que a esta de la tinta y de la página".
La clave está en "responsabilidad" un término más laxo que el impertinente "deber" pero que parece exigir cierta "conciencia" y bastante "compromiso". Ampliemos su alcance: ¿cuál sería la responsabilidad de la edición? Pues basta con mirar el océano de textos para comprenderlo: no tenemos vida para leer todo los que nos acerca y custodia la Red. Pero es que incluso si despejamos la mesa de nombres desconocidos y nos olvidamos de las vías menos transitadas: ¿quién no preferiría leer los mejores artículos de la Enciclopedia o los mejores poemas de Goethe sin necesidad de recorrer los cincuenta mil artículos o los casi incontables poemas de Goethe?
Si no voy muy despistado en esta "era de la accesibilidad" cada vez será más importante para las editoriales su disponibilidad a ser serviciales: ofrecer rutas, insinuar jerarquías, ahorrarnos tiempo. Todos estos ejercicios exigen no solo horas de trabajo (un aspecto donde el voluntarismo de la Red es imbatible) sino también dedicación y conocimiento, gusto y criterio, algo muchísimo más difícil de encontrar. Las editoriales han resistido los primeros embates de lo gratuito amparadas en la superioridad del papel, ante el inevitable progreso y desborde de la accesibilidad bueno sería que se asegurasen de ofrecer "productos" tan bien pensados, fiables y serviciales que merezca la pena pagar por ellos.
@gonzalotorne