Image: Oda al crítico

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Opinión

Oda al crítico

5 mayo, 2017 02:00

Gonzalo Torné

El día del libro cada vez se parece más a una especie de entrega de notas del curso escolar. En los medios se valora los distintos "agentes" involucrados: editores, libreros, distribuidores, bibliotecarios… Lo único que esta bulimia valorativa deja para finales de año es el escrutinio de los mejores libros del curso. El estamento crítico tampoco se libra y este año le han vuelto a sacudir con una acusación ya recurrente: su decreciente impacto. Un impacto que, por supuesto, se mide con el criterio cuantitativo dominante: las ventas. Pese a su recurrencia el argumento ha provocado varias escaramuzas de debate en redes sociales.

Me ha sorprendido leer a críticos de distintos géneros (literarios, pero también musicales, cinematográficos, artísticos e incluso de videojuegos) que asumían la acusación en lugar de defenderse. Y me dirán: ¿y cómo van a defenderse si ciertamente las películas que copan las listas de las más taquilleras suelen ser títulos ignorados, cuando no defenestrados, por la crítica?

Podrían defenderse, por ejemplo, desplazando el argumento a una zona más favorable a sus intereses.

En primer lugar, podrían recordar que más allá de los diez libros más vendidos, están los treinta y los cien más vendidos, y que en esas franjas la crítica sí es determinante. Los novelistas de mi generación que han tenido varias ediciones de sus libros suelen ser los que han recibido la mayor y mejor atención de los críticos, y más espacio en los suplementos. Las novelas con cierta ambición artística, si no cuentan con el apoyo de la crítica, se pierden en el vacío. Conviene recordarlo.

En segundo lugar, los "lectores literarios" quizás sean pocos (se dice que un día Vila-Matas se puso a contarlos y llegó hasta mil), pero si vamos sumando los que hay en los distintos países donde se lee la cifra se incrementa de manera considerable. Y para que las novelas circulen entre esta multitud internacional de compradores exigentes las críticas bien afinadas y persuasivas (doy fe) son indispensables.

En tercer lugar, existe un valor literario que la rentabilidad inmediata no puede absorber y que podemos llamar "posteridad". Yo no sé cuantos libros vendería Juan Benet pero sus obras se reeditan hoy en varios formatos, y no hay interesado en la literatura que no les eche un ojo (aunque sea para desautorizarlos, hay que pasar por aquí), mientras que a los best-sellers de su tiempo no hay quien se acuerde de su nombre (¿quién se compra hoy un libro de Gironella?). Por mucho escándalo y reticencias que suscite la "posteridad" es uno de los fenómenos más sencillos de constatar y que afecta a todas las tradiciones literarias y a todos los siglos: los superventas se disuelven, perduran los escritores originales.

¿Y quién se encarga de esta selección? ¿Quién vertebra la literatura que leemos de cada periodo? Pues el crítico (a veces basta con uno) en su empeño de reconocer y explicar, proteger y difundir lo nuevo. Por parafrasear a Benjamin de tapadillo: los críticos son como esos astrónomos que al establecer relaciones entre los distintos cuerpos lumínicos constelan en un sentido humano lo que no era más que desorden y barullo.

Los buenos críticos, como las estrellas, son indispensables. Así que a la próxima, ¡un poquito más de orgullo!

@gonzalotorne

#ThingsOnlyWomenWritersHear

Busquen la etiqueta que da título a esta apartado ( "cosas que solo escuchan las mujeres escritoras") y se asomarán a un panorama desalentador. A día de hoy ya se pueden encontrar y leer miles de trinos sobre el asunto. ¿Y cuál es el asunto? Pues el despliegue del machismo en el mundo editorial, literario, cultural… o como quieran llamarlo, un espacio que a veces nos gusta imaginar como un oasis de sofisticación. Lo que aquí se testimonia no es la galería de horrores que el telediario suele asociar al machismo: ni violencia física ni insultos ni discriminación abierta… de lo que aquí se habla es de codazos, prejuicios, olvidos, leves ofensas… conductas tan aceptadas que de una en una bien podrían parecernos poca cosa, pero que suministradas semanalmente constituyen un grave toque de atención. Nadie ha muerto por que le moje una gota, pero dejar caer una gota tras otra sobre la frente del reo era un protocolo de tortura habitual en el medioevo chino, ideal para mermar el ánimo, crispar los nervios o enloquecer al sujeto: una lobotomía artesanal.