Gonzalo Torné

La semana pasada ofrecía a vuela pluma un dato aterrador: "el 78% de los usuarios quiere darse de baja de las redes sociales". La anterior frase tiene todo el aspecto de ser un titular sensacionalista (y lo es), pero venía avalado por el prestigioso Kaspery Lab que según se nos informa es la "empresa líder en el campo de la realización de software de seguridad informática", así que pese a la deplorable redacción acepto darles un margen de confianza.



El dato servía para explicar una contradicción (aparente): ¿cómo es posible que aumente el número de usuarios y al mismo tiempo se incremente la sensación de hastío? Pues por un sencillo motivo: el censo cuenta tanto a los usuarios "vivos" (y encantados de participar en la fiesta), como a los "muertos" y a los "durmientes", quienes supuestamente se mueven apenas para tratar de escapar de esa misma fiesta.



La muestra (cinco mil personas) parece un tanto modesta, por no decir una birria, y ya sabemos que en casos así el género estadístico roza la ficción… Y pese a todo, la encuesta permite vislumbrar algunas tendencias de interés... Veamos.



¿Por qué motivos están tratando los internautas de escapar de las redes sociales? Kaspery destaca dos: la sensación que tiene el usuario de que pasa demasiado tiempo en ellas, de manera que su consumo bulímico le priva de enfrascarse en asuntos quizás más enjundiosos, y el miedo a que su actividad sea observada y que "terceros" puedan beneficiarse de los datos que tan generosamente prodiga.



¿Por qué finalmente no se dan de baja de las redes? Aquí las respuestas aumentan a tres: la primera es que los usuarios temen perder el contacto con personas y amigos que viven en otras ciudades y países (este dato, por cierto, certifica el fracaso de los chats y demás herramientas de gmail, e invita a pensar que a despecho de lo que digan los encuestados es el carácter abierto y público de las redes sociales lo que las sitúa en una posición de privilegio respecto a otras "soluciones" más privadas). La segunda se sustenta en el miedo a perder la información que hemos ido depositando en las cuentas, es de suponer que fotografías, pero también conversaciones o "estados", si tenemos en cuenta el pánico supersticioso que a tantos usuarios les da borrar un tuit.



El tercero afecta a las pocas facilidades que los gestores ofrecen para salir de manera ordenada y definitiva de sus redes sociales, aquí parece que Facebook se lleva la palma. Por lo visto es relativamente sencillo adormecer una identidad digital o dejarla en suspenso pero la tarea de matarla resulta sumamente complicada.



No quiero dudar ni por un instante de Kaspery Lab pero me extraña que entre los motivos por los que uno quiera abandonar las redes sociales no esté la fatiga, y todavía más me extraña que entre las razones por las que este proyecto de fuga se atore no nos tropecemos con la pereza. Al fin y al cabo, ¿qué más nos da que sigan allí cuatro fotos, siete chistes y tres reflexiones pasajeras? Tengo la impresión de que Kaspery no ha contemplado en su "ausencia" nada que se salga de la épica y de la importancia que supuestamente tienen las redes. Aunque si estoy equivocado nos queda la impagable imagen de dos mil millones de personas cavilando sobre si escapar o no (¡y cómo hacerlo!) de su cautiverio digital autoinducido.



@gonzalotorne

Un troll reluciente

Tan a bulto solemos pensar y tanta necesidad encuentro a menudo de matizar que a veces me pregunto si el trabajo intelectual más importante entre nosotros no sería acometer de una buena vez un diccionario dedicado a distinguir entre palabras y conceptos parecidos pero que para nada vienen a ser lo mismo. La tarea sería titánica pero le permitiría a nuestro pensamiento liberarse de malentendidos superfluos y operar con más precisión. Vaya por delante un ejemplo modesto: de ninguna manera pueden considerarse equivalentes el "troll" y el "anónimo". No todos los usuarios anónimos que alzan la voz, ni mucho menos quienes responden de manera argumentada (con más o menos paciencia, o más o menos vitriolo, da igual) a las bravuconadas o imprecisiones de quienes disponemos de un espacio para opinar pueden identificarse con esas figuras deformes y de costumbres sucias de las que se asegura en los almanaques de mitología que viven aisladas en su amargura. Al contrario, estos usuarios disidentes por momentos brillan como los héroes de un espacio público más útil para el conjunto de la sociedad.