Image: Nostalgia interpuesta

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Opinión

Nostalgia interpuesta

7 julio, 2017 02:00

Gonzalo Torné

Supongo que a nadie se le escapa que la nostalgia se ha convertido en un poderoso argumento de venta. De venta de cualquier cosa. Si se trata de publicidad (de venta pura y dura, vamos) apenas merece la pena hacer hincapié en algo tan evidente. Y dada la cercanía entre el lenguaje crítico y los objetivos publicitarios tampoco arriesgamos demasiado si señalamos que la nostalgia también se ha constituido en un valor "artístico". Y que contamos con lectores, espectadores y oyentes que estiman libros, películas y canciones en la medida que apelan a su memoria sentimental, que les refrescan sus recuerdos, que les permiten quedarse confortablemente cerrados dentro del circulo de su nostalgia.

Lo que ya me parece más novedoso es que se consolide la nostalgia ajena como argumento de venta y de valor (que aquí funcionarían como sinónimos). Lo he comprendido leyendo los comentarios que ha generado en la Red la película Guardianes de la Galaxia 2, y una vez advertida la jugada es relativamente sencillo aplicarla retrospectivamente a fenómenos parecidos para caracterizarlos debidamente. Si yo fuese crítico de cine aprovecharía para señalar que Guardianes de la Galaxia 2 es una de las peores películas que he visto nunca (incluso dentro del fosco pelotón de "lo comercial") que combina con gran efectividad autoayuda sentimental y diversas formas de grosería; como no lo soy omito el desarrollo de estas consideraciones y regreso a su acogida en las Redes.

En mi TL se destacaba el empleo de la banda sonora (un compendio de canciones pop), se recogían con gran entusiasmo las referencias a otras películas y series y se jaleaba el cameo (dos segundos) de David Hasselhoff, productor, músico, hombre de negocios y actor popular en los ochenta.

Lo curioso aquí es que estos rasgos tan definitorios como cargantes del cine de James Gunn (machaconamente reiterados por la promoción) no tienen relación alguna con el universo Marvel en el que se dice basada la película. Son añagazas descaradas para establecer un vínculo ñoño-nostálgico con el espectador, la vaselina para las proclamas sin las que Disney no se atreve a producir una película: "si quieres puedes; eres raro pero te queremos", no les descubro nada. Lo asombroso es que ni las canciones ni las películas citadas ni el imposible Hasselhoff pertenecen al acerbo nostálgico de los nacidos en los noventa y de los millennials que se han derretido en las Redes por tanta anagnórisis chusca.

Se me ocurre una explicación: la plenipotencia de la cultura de masas anglosajona y la facilidad de acceso que procura la Red (muchas veces mediante distintas formas de pirateo) a esos mismos ‘objetos culturales' fomenta que las nuevas generaciones adopten por contagio la nostalgia de sus padres y abuelos (quienes, como ha señalado Alan Moore, el más importante guionista de tebeos vivo, tampoco ven a menudo la menor necesidad de incrementar las exigencias y los referentes culturales de su adolescencia). El resultado es la constitución de un ‘campo de nostalgias' común, tan atrayente que los más jóvenes simulan sin el mayor esfuerzo emociones que no han sentido.

A ver si tan preocupados como están los sociólogos culturales por los tímidos abusos de la ‘apropiación cultural' se les van a pasar por alto los impresionantes efectos de esta "rendición cultural".

Trabajar gratis

¿Cuántas veces hemos escuchado que en el futuro los robots trabajarán gratis para nosotros? ¿Que ellos se encararían de todo mientras nosotros esperamos cómodamente sentados en nuestro butacón favorito? Es tan sospechoso ese ‘gratis' que no me extraña que surjan dudas. Lo que algunos sectores ya están experimentado es la proposición inversa: trabajar gratis para los robots. Un ejemplo: según tengo entendido el todavía un tanto chapucero traductor de google basa sus esperanzas de mejora en almacenar páginas y páginas de traducciones hechas por otros (traductores de carne y sangre) y buscar pasajes coincidentes. ¿Cuantas de estas traducciones están sujetas a copyright? ¿Se ha planteado alguien pagar por el aprovechamiento comercial del esfuerzo ajeno? ¿Tienen algo que decir la Asociación de Traductores o nuestras editoriales, pequeñas, medianas, independientes o consentidas? Porque entre tanto cunde la sospecha que en la nueva economía digital todo parece colaborativo hasta que llega el momento de deslindar quien se come la tarta y a quien le toca pagar las copas. ¡Qué digo las copas! La fiesta entera.