Gonzalo Torné

Karl Ove Knausgard ha estado en Barcelona y de su paso se pueden encontrar ecos a mansalva tanto en medios digitales como en redes sociales. Como de momento no he leído ningún libro de Knausgard he acudido con cierto interés a las crónicas a ver si ahora que el mapa completo de su extensa obra va desvelándose en castellano me procura una visión de conjunto.



Debo reconocer que me he enterado bastante bien de qué va la empresa, de sus ambiciones, mecanismos e interés, bien por la crítica. Tanto es así que ya me he hecho un cálculo (absurdamente optimista) de cuando podré hincarle el diente. Y aún así... No deja de sorprenderme la cantidad de espacio y de esfuerzos dedicados a juzgar ‘moralmente' los procedimientos de Knausgard.



La cosa va como sigue: supuestamente el modus operandi de Knausgard es el hiperrealismo: algo así como aplicar un potente microscopio a la cotidianeidad y a la intimidad propia y ajena, sin filtros ficticios; de manera que las novelas no solo involucrarían lo que Knausgard piensa y siente, sino también lo que hicieron y se supone que pensaron y sintieron familiares muy cercanos y amigos...



Digo supuestamente porque aquí y allí Knausgard ha dejado caer que escribe sobre su "intimidad dramatizada" donde es de suponer que drama no equivale a melodrama, sino a cierta disposición artística (teatral), que desmentiría un poco ese fantasioso (por imposible) vertido en crudo de la experiencia que se le supone en medios digitales.



En cualquier caso, el asunto de contar la intimidad opera como una suerte de musa para que comentaristas digitales saquen a relucir el moralista que llevan dentro: he leído extensas disquisiciones sobre el "derecho" a compartir la intimidad ajena, sobre la "decencia" de emplear como material las vidas de familiares... No digo que el debate no sea pertinente (aunque pasa por alto el detalle de la ‘dramatización' y omite que en Noruega como en cualquier otro país de Europa hay leyes que protegen a los ciudadanos contra la difamación), pero sí que es un tanto contradictorio que estas quejas vengan de los mismos usuarios y medios afectos a elevar por encima de cualquier otro recurso o sutileza creativa (el estilo, la estructura, el pensamiento literario, la construcción de personajes, la indagación existencial, el desafío político...) la sinceridad; la "brutal sinceridad", si uno tiene el ánimo especialmente cursi, el arte honesto: la capacidad de ir directo, sin desvíos, al "corazón de la vida", a la vida tal y como es (como si la vida no fuese ella misma un esquivo sistema de espejos deslizantes).



La honestidad, el corazón abierto y demás frontalidades me son muy útiles como advertencia de que en cuanto abra el libro casi seguro que me encuentro con tres o cuatro confesiones adolescentes y media docena de miserias plastificadas, y de que me aburriré como una ostra (mis esperanzas con Knausgard están fundadas en ese "dramatizada"). Pero lo que no termino de entender es que por la mañana se proclame a los cuatro vientos a la sinceridad como el criterio superior de juicio artístico y por la noche se escriban artículos-sermón censurando moralmente esa misma sinceridad. Penélope sabemos que tejía y destejía para confundir a los pretendientes. Queda pendiente averiguar las motivaciones de nuestros comentaristas de libros.



@gonzalotorne

Propagación

Un buen amigo (que por el momento prefiere mantenerse en el anonimato) me envía un enlace a la revista Imán, elaborada por la asociación aragonesa de escritores con la idea de poner de manifiesto que contra la progresiva uniformización hacia la que se inclinan las páginas de cultura de tirada nacional existe toda una actividad local que se expresa con distintas gamas de ambición, y cuya producción y distribución probablemente serían imposibles sin la Red. Ya les hablé hace semanas de la revista El Soma que desde Asturias propone una lectura en clave ácida de la actualidad política y cultural, y también podría hablarles de La Llança, suplemento con vocación afilada que dirige Anna Punsoda desde Barcelona. Ojalá pronto se decidan a traducir al castellano los artículos como ya ocurre en otras secciones del periódico que los aloja, así podrían los lectores no catalanoparlantes de esta sección echarle un ojo a la estupenda pieza que Marina Porras escribe sobre la polémica Knausgard/Hustvedt, tan buena que yo de ustedes me lanzaría a leerla provistos de un buen diccionario.