Luna Miguel

Miraba Instagram y lo pensé: qué envidia. Qué envidia no estar allí, en Sibiu, un sitio en el que los tejados tienen ojos y en el que la cerveza es barata. Un sitio que es de los más bonitos de Transilvania, y al que algunos turistas llegan buscando referencias a monstruos que se quedan con tu sangre. Pero quizá algo que no sepan esos turistas es que en Sibiu la única sangre que corre, la única que es rojísima y que explota a borbotones es la de sus jóvenes poetas.



Lo veo en esas fotos de Instagram. Lo veo en mi memoria cuando recuerdo los viajes que hice a la ciudad. Lo veo cuando un álbum de Facebook de la revista Zona Noua enseña cómo decenas de escritores de toda Europa acaban de celebrar la tercera edición del festival Z9: ese que desde que son adolescentes organizan Vlad Pojoga (1993) y Catalina Stanislav (1995) con una pequeña subvención de la universidad de letras en la que ambos estudiaron. "Sibiu", leo en el Instagram de Elena Medel, que es una de las invitadas de este año, y la envidia vuelve. Allí veo a Medel, en los paisajes amarillos y verdes que rodean el paraíso. Y en la web del festival me encuentro con una serie de nombres de escritores que rondan la veintena o la treintena: Sam Riviere, Vlad Dragoi, Lieke Marsman, Sophie Collins, Diogo Vaz Pinto, Marko Pogacar, Oscar Bruno D'Artois... Son autores que vienen de Francia, Reino Unido, Croacia, Portugal, Holanda, Rumanía.



Autores que Vlad y Catalina reivindican porque aunque en su país hayan publicado algunos libros, quizá aún sean demasiado jóvenes para que se les invite a los grandes festivales internacionales. Y para eso está Z9. Para eso lo inventaron. Para que en una ciudad pequeña de color verde y amarillo una vez al año se puedan reunir las voces que más gritan, las sangres que más circulan, la poesía que, cuando nadie más escucha, ellos acogen.



@lunamonelle